Ya está todo el engranaje engrasado. Tienes los uniformes a punto, no te falta ni un libro y el material también lo has comprado.
Tus hijos ya han pasado los nervios del primer día. Sabes quiénes son los tutores y con qué amigos compartirán aula. Ya has ajustado horario y tienes claro cómo hacer el encaje de bolillos para que cada uno pueda disfrutar con alguna actividad extraescolar que le guste.
Estoy yo disfrutando de todas estas alegrías cotidianas y llega un virus y me lo pone todo patas arriba. Y cuando un virus lo pone todo patas arriba es porque hablamos de “bichitos” de la familia de las gastroenteritis con todo lo que ello conlleva: carreras al baño a cualquier hora del día y de la noche, la lavadora a todo tren lavando sábanas y sensación de no poder más cuando suena el despertador después de una noche de una actividad excesiva.
Sara solo ha necesitado dos días de colegio para meter en casa un virus de la mejor calidad, que la ha dejado más tirada que una colilla y que nos ha obligado a comenzar el curso en urgencias.
“Si no fuera por los virus…”, decía la chiquilla esta mañana.
Tenía tan poca energía que no ha sido capaz de terminar la frase. Pero yo me he quedado con la copla y he pensado que si no fuera por los virus, mi vida estaría “chupada”, qué queréis que os diga. Porque ¿qué es un examen de historia, improvisar una cena o mantener tres conversaciones a la vez? Pues poca cosa comparado con el nudo en el estómago que se me queda cada vez que tengo que estar unas horas en un hospital pediátrico. Allí paso una tarde, pero sueño varios días con las caras de los niños y de los padres que me cruzo en los pasillos.
“Si no fuera por los virus…”, tendría menos canas, menos ojeras y más energía. Seguro.
En fin, mi peque ya está en casa y los virus bien lejos. Primera prueba del curso superada. Esta noche toca dormir del tirón. ¡Bien!
“Si no fuera por los virus…” no apreciaría lo bien que me sienta dormir seis horas seguidas. A por ellas. ¡Buenas noches a todos! @amparolatre