Primero fueron los restaurantes y los hoteles sin niños, después las bodas . Y ahora la «niñosfobia» como tendencia.
Me consuela, por empezar buscando consuelo, pensar en la cantidad de modas ridículas, absurdas o feas que ha habido y que después de los años nadie recuerda. Pero me sorprende la rapidez con la que se está normalizando la tolerancia a estos «espacios libres de niños».
Como se trata de lugares privados y de fiestas particulares se supone que los dueños están en su derecho de restringir el acceso a quienes ellos quieran, pero claro, el éxito cada vez mayor de esta moda, debe hacernos pensar. No todo aquello que podemos hacer es igual de respetable, por muy en «su derecho» que estén algunos de hacerlo. No todo humaniza, ni todo contribuye de igual manera en la construcción de una sociedad mejor.

Porque una cosa es que no todos los planes son idóneos para niños o que haya ocasiones en que los adultos necesitemos o tengamos que estar a solas y otra bien distinta es la tendencia a excluirlos de espacios y momentos en los que siempre han estado.
Los niños son ruido, gritos, lloros, juego, imprudencia; pero también espontaneidad, sinceridad, creatividad, ternura. ¿Es eso lo que queremos quitarnos de encima en momentos como una boda, por ejemplo?
Los padres debemos pensar bien en qué momento podemos llevar a nuestro hijo a un concierto de música clásica, pero ¿por qué no va a poder estar en un restaurante o un hotel? A mí personalmente me han molestado más los adultos que llegan ebrios a media noche que los bebés.
Mi marido y yo hemos ido con ellos a todas partes, aunque ha habido planes que a determinadas edades hemos descartado. Hemos hecho el Camino de Santiago con carrito, hemos visitado museos y asistido a conciertos (no a todo tipo de conciertos) con ellos. He grabado programas de radio con uno de mis hijos a un lado y he participado en una mesa redonda con mi hija Sara sentada a mis pies comiendo migas de pan y trozos de «fuet». Y todo ello sin perder la paz en la mayoría de las ocasiones (he de confesar que en alguna sí la perdí). Creo que el reto está en adaptar levemente los planes, en lugar de excluir a nadie. En la mayoría de los casos es posible.
Cada vez tenemos más capacidad de control y organización de nuestro día a día. Sin embargo, cometemos el error de pensar que del mismo modo que calculamos a través del navegador del coche a qué hora vamos a llegar a nuestro destino, podemos controlar todos los aspectos de la vida y claro, si hay algo que implica descontrol e improvisación esos son los niños, que precisamente por ello, nos recuerdan en qué consiste la vida. @amparolatre