Han pasado ocho años aproximadamente. Pero yo, no solo recuerdo cómo transcurrieron esos días, sino cómo me sentía o lo despacio que pasaba el tiempo en el hospital. Recuerdo mis miedos y mi angustia. Y eso que sabía que pronto nos iríamos a casa.
Ángel sin embargo, a quien recuerda es al “Dr. Locura que todo lo cura”. Recuerda lo que le dijo y cómo iba vestido. Recuerda que entró de repente en la habitación y que le alegró la tarde. Durante su estancia en el hospital también descubrió qué es el voluntariado. Gracias a una voluntaria del equipo del Hospital San Rafael de Madrid yo pude salir a tomarme un café mientras él escogía un par de cuentos de una biblioteca móvil.
Hoy me han venido a la cabeza todos esos recuerdos mientras leía una noticia que hablaba de un montón de iniciativas estupendas con las que en los últimos años se ha logrado humanizar un poco más los centros pediátricos.
En más de una ocasión he terminado discutiendo con mi madre, cuando me ha advertido, “que no se conviertan en niños aprensivos, Amparo”.
Por supuesto, como todas las madres, no es un comentario que haya hecho una o dos veces. Más bien una o dos docenas. Y yo, que además de hija, también soy madre le he repetido también unas cuantas veces, “¿cuántas veces has tenido tú que salir de madrugada a urgencias con alguno de tus tres hijos?”. Ella – y nosotros, sus hijos- hemos tenido mucha suerte, porque gozamos de muy buena salud. Sus nietos, sin tener nada grave, han salido más enclenques. Y como contaba hace unos días, a cada uno, las circunstancias que le han tocado vivir, le condicionan. Es algo inevitable. Durante unos años Ángel se escondía debajo de la mesa de la enfermera cada vez que íbamos al centro de salud y Sara cuando le anunciamos que toca revisión últimamente dice, “pero no me van a hacer nada, solo vamos a contarle qué como ¿verdad?”
Yo nunca he sido miedosa, pero es que tampoco he tenido nunca nada que temer.
En este contexto humanizar pasa por llenar de experiencias positivas las horas en habitaciones despersonalizadas, salas de espera y quirófanos. Afortunadamente en muchos casos son enfermedades que se superan o falsas alarmas. Pero sea cual sea el desenlace, los “doctores Sonrisa” y los voluntarios son el mejor aliado para disfrutar de la vida también en medio del dolor o la preocupación y sobre todo, para ayudar a los peques a comportarse como tales. Gracias a todas esas fundaciones (Theodora, Aladina…) que dedican sus recursos a los niños y a las familias que pasan más tiempo del deseado en un hospital. @amparolatre