Con la facilidad con la que en casa nos dejamos llevar por la ira o por el enfado; con la facilidad con la que a menudo zanjamos una discusión dando un portazo, escuchar a una madre que acaba de perder a un hijo decir que no nos dejemos llevar por la rabia, me resulta toda una lección de vida y de humanidad.
Si Patricia, que hoy, durante la misa funeral era la viva imagen de La Piedad nos pide a todos que inundemos las redes de «pescaítos», pero que no nos dejemos llevar por el odio, cómo no vamos a hacerle caso.
La historia de Gabriel ha sido de las noticias más duras que hemos seguido últimamente, pero ha generado muchas cosas buenas. Y yo, tal y como ha pedido la madre, quiero quedarme con esto. Con la imagen de unos padres rotos de dolor, que a pesar de estar separados no han dejado de mostrarse apoyo y cariño en todo momento. Con la imagen de amigos y vecinos que los ha llevado de la mano en medio del drama y con la de los periodistas a los que se les quebraba la voz esta mañana contando la noticia -me quedo con éstos, con otros no, por supuesto-.
Que sean esos padres los que nos pidan respeto para quienes no tienen culpa de nada y serenidad para no dar pábulo a lo que no merece ni pizca de atención debería hacernos pensar y si es posible, empujarnos a actuar de otro modo.
Como decía hoy mi amigo @scasanovam: «No perdonamos porque haya que cubrir el expediente. Perdonamos porque eso nos ayuda a ser mejores, más felices, y seguir haciendo del mundo un lugar respirable. No perdonar nos apaga, nos ahoga, nos sume en la oscuridad y, con nosotros, al mundo que nos rodea».
Es difícil, prácticamente imposible poder decir algo para aliviar una pena tan grande como la que sienten en esos momentos los padres de Gabriel. La mejor ayuda que podemos ofrecerles es, como decía ayer Patricia, «seguir creyendo en la buena gente» y no dejar que sea la rabia la que gane la batalla. Gabriel, que tenía nombre de ángel, debe ser una inspiración para que entre todos demostremos que el mal no tiene la última palabra. @amparolatre