Después de pasarme un par de horas pensando cómo organizarme para poder llegar a todo lo que se suponía que tenía que hacer hoy y con el debate sobre el cambio horario y la conciliación como música de fondo, he optado por no ir a un par de reuniones y centrarme en las necesidades de casa, que no son pocas. Cómo deciros.
Últimamente en cuanto cruzo el umbral de la puerta me siento como una mamá pájaro que va repartiendo lombrices a sus crías, mientras éstas abren el pico reclamando alimento, atención o cariño. Hay tardes en las que todo fluye tranquilo, no hay dudas con los deberes y Sara hace «treses» sin parar ensimismada en su habitación. Pero hay otras en las que voy de «mamáaaa» en «mamáaaa» y cuando quiero darme cuenta son las ocho.

Hoy ha sido una de esas tardes en las que además de estar sola al frente del barco, porque mi marido llegaba tarde, una tos fea hacía que Sara llorara cada dos por tres, un dolor de cabeza tenía tumbado al mayor e Irene estaba al límite de sus fuerzas después de su clase de música. Y cuando todos están al límite, «mamá pájaro» tiene que ir al rescate. No queda otra. Para eso estamos ¿no?
Pero la familia es esto y mucho más. Así que no he podido encajar ni la reunión de catequesis de Primera Comunión con los padres del colegio, ni la reunión con mis vecinos para preparar un fiesta de Navidad en la urbanización. Que me disculpen mis compañeros y vecinos. Hasta aquí he llegado hoy.
Hay jornadas en las que me digo orgullosa, «es increíble la cantidad de cosas que has hecho» y otras en las que, sin dejar de sentirme orgullosa, me lamento por haber dejado fuera de mi día tantas cosas interesantes que habría podido hacer. Pero la vida es una elección constante. Es imposible llegar a todo y ahora la prioridad está donde está. Me temo de dentro de nada echaré de menos que mis hijos me reclamen a todas horas. Así es la vida. Cada día tiene su afán, que decía Santa Teresa. @amparolatre