Hay semanas en las que llegar el lunes y sentarte delante del ordenador a darle a la tecla, lejos de un trauma, supone todo un descanso.
Me explico.
Sabíamos desde hace tiempo que el fin de semana iba a ser intenso. Tarde de talleres en el colegio el sábado por la tarde y cumpleaños de mi hija mediana el domingo por la tarde. A eso hay que sumar las actividades habituales de cada fin de semana y añadir que “mi adolescente favorito” está en víspera de exámenes y que la cumpleañera debía de rematar un par de trabajillos.
¿Situados?
Pues como la vida siempre puede ser más emocionante de lo que podemos prever, en nuestro fin de semana se cruzó la maldita gastroenteritis y tumbó a dos de cinco. Y acabó “en un pis pas” con toda la organización del fin de semana para, simplemente, intentar sobrevivir.
Y en este intento por salir al paso comprobé en carne propia que cuando uno está desesperado es cuando más expuesto está a hacer lo que no debe. Porque cuando faltan las fuerzas o la calma (que era mi caso) no piensas con la misma claridad. No quiero ni imaginarme si además faltan otras cosas.
En este estado, el viernes por la noche salí a recorrer farmacias, hasta que encontré “la pastilla mágica” que a mi benjamina le dan cada vez que terminamos en el hospital por una gastroenteritis que se complica. En casa, cuando entra el maldito virus siempre cae Sara y alguien más. Pero mientras el otro remonta, mi benjamina cae en picado hasta que salimos zumbando a urgencias.
El viernes actué por mi cuenta y riesgo y la historia terminó bien. Pero no me siento ni a gusto, ni cómoda. He de decir que he estado con mucho “comecome interior”, porque sabía que no hacía lo correcto. Y que si había alguna complicación la responsabilidad sería solo mía.
En fin, ya pasó. Después de un fin de semana agotador física y mentalmente estaba deseando que llegara el lunes. Lo de hoy, comparado con lo que hemos pasado es pan comido. A por ello. ¡Buena semana a todos! @amparolatre