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Los días de después

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Amparo Latre Gorbe - publicado el 11/03/18

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Un día, dos o tres después de la marea, sigue la lucha.

Un esguince de «mi adolescente favorito» dio al garete con la planificación de mi 8 de marzo.

Entre taxis, muletas y medicamentos, el día tuvo un saldo bastante negativo, pero afortunadamente la caída quedó solo en eso, un esguince leve.

Por la noche mientras veía imágenes de las concentraciones con ocasión del Día de la Mujer, me daba cuenta de que con tanto trajín apenas me había dado tiempo a pensar. Y me sentí enormemente agradecida a mis compañeros de trabajo (hombres), que en ningún momento me hicieron sentir mal por irme antes de tiempo rumbo al hospital. También a la enfermera sonriente que en la sala de urgencias nos reconoció – somos habituales en el hospital-. Por no hablar de la profe del colegio que, a las cinco de la tarde cuando me vio con muletas, medicinas y lidiando con el disgusto de Sara al escuchar que yo no podría estar en «la jornada de puertas abiertas» de danza, salió al paso con un gesto grande: «Sara, yo iré a verte. ¿Te parece? Y luego le contaré a mamá todo lo que hagáis». La actividad coincide con la hora de comida y descanso de los profesores. Así que, no puedo decir otra cosa que no sea unas GRACIAS con mayúsculas.

Admiro mucho a los que, a altos niveles, se mueven por acabar con la brecha salarial, que es una injusticia enorme; a aquellos que intentan convencer a las empresas de que con la flexibilidad laboral todos ganamos o a los que desde el ámbito policial o judicial protegen a las mujeres de la violencia de hombres sin escrúpulos.

Mi batalla es más sencilla, pero creo que igual de importante. En medio del ajetreo diario son gestos sencillos como la comprensión de mis compañeros, el apoyo de otra madre, la disposición de mi marido o la madurez de mis propios hijos ante las necesidades y las urgencias domésticas, lo que permiten la conciliación o lo que me da la seguridad que necesito para aceptar nuevos retos.

En nuestra familia, cada día es 8 de marzo, porque nos jugamos mucho en la educación de los  hijos, que deben implicarse por igual en las necesidades de casa.

En nuestra familia, cada día es 8 de marzo, porque debemos cuidar los mensajes que lanzamos a nuestras hijas, para que no se pongan límites por el hecho de ser mujeres y para que no permitan que nadie lo haga. Para que estén encantadas con el hecho de serlo y entiendan que la feminidad es un regalo y tiene un potencial enorme.

Por no hablar de la relación de pareja. Nada desgasta más la convivencia que estar permanentemente pendientes de quién hace más en casa. Agotador y aburrido. Yo me niego a ello. Me parece mucho más interesante ver dónde hemos llegado y de qué punto partíamos. Porque muchos de los hombres de la generación de mi marido fueron educados para no hacer nada en casa y de la noche a la mañana se encuentran con que se les exige todo. Me parece más enriquecedor para la relación valorar los pasos que se han dado, que señalar permanentemente lo que queda por hacer -aunque también sea necesario-. Somos un equipo; no estamos enfrentados.

En nuestra familia, cada día es 8 de marzo, porque ir permanentemente de superwoman es agotador. Creo que debemos ser más humildes para pedir ayuda cuando la necesitamos; para simplificar las jornadas y para rechazar los planes que surgen en torno a los niños (a menudo un auténtico despropósito), si no encajan con las prioridades familiares. Aprender a delegar -renunciando a ser tan perfeccionistas o controladoras- es, en mi opinión, uno de los grandes retos de las mujeres.

En nuestra familia cada día es 8 de marzo, porque en cuanto los hijos dan muestras de cierta autonomía hay tareas que veníamos haciendo los padres que son capaces de asumir ellos. Y no solo me refiero a tareas domésticas. Uno de los momentos más bonitos de esta semana ha sido ver cómo «mi adolescente favorito» le ofrecía ayuda a su hermana para preparar un examen de inglés. Yo estaba agobiada con el asunto porque tenía cosas que hacer en casa. Fue muy gratificante ver cómo Ángel era consciente de esa necesidad y ver cómo arrimaba el hombro. Afortunadamente la mediana aceptó la ayuda y lo que se presentaba como la gran dificultad de la tarde, se convirtió en pan comido.

El 8 de marzo pasó, este año con enorme repercusión. Pero la lucha continúa y todos somos necesarios. @amparolatre

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