Llega la primavera y me vuelve a suceder. Mi marido se ríe y al más mínimo comentario por mi parte que apunta hacia que hay que comprar algo para la casa dice: “¡la primavera, es eso!”.
Y yo no sé qué es pero lo cierto es que en cuanto suben un poco las temperaturas y hay más luminosidad en el ambiente necesito sentir el poder de las cosas bonitas a mi alrededor.
No es que en otras épocas del año no me guste estar en un ambiente acogedor, pero en este momento de forma especial.
En mi parada de metro, muchos viernes hay un chico vendiendo rosas. Siempre que le veo pienso, “mmm qué apetecibles”, pero no compro; me controlo. Pues bien, el viernes pasado, caí en la tentación y me compré un ramito de rosas rosas, que llevan desde entonces alegrándome la vista en el centro del comedor. Y debo confesar que no es la única planta que he comprado esta semana.
Pero es que en último mes también me ha dado por hacer copias en papel de las fotos más bonitas de los últimos meses y buscarles en rincón donde poder verlas, que con esto de descargarlas en el disco duro, se quedan ahí y no las disfrutamos como cuando están en un marco en la entrada de casa o en el pasillo.
Y el sábado, que no estaban en casa mis hijos mayores y mi marido se llevo a la pequeña al teatro, me lié la manta a la cabeza y me fui a unos grandes almacenes de decoración. “A ver cosas bonitas ¿no?”, me dijo con cachondeo. A mí me encantaría que él se viniera conmigo pero en este punto lo que para mí es disfrute para él tortura; así que no hay encuentro posible. Él feliz viendo “El mago de Oz” y yo relajada cogiendo ideas para sacar más partido a cada rincón de la casa.
Un amigo sacerdote me dijo una vez que para las mujeres la casa es como la extensión de nuestro propio cuerpo. Y que del mismo modo que nos gusta vernos bien con la ropa que escogemos, también necesitamos que el hogar transmita nuestra manera de ser: acogedora, detallista, alegre… En aquel momento mi marido atendía ojiplático la teoría con la que él no se identificaba en absoluto. Yo sin embargo pensé que algo de eso me sucede a mí, una y otra vez cuando llega la primavera.
Pero sé que las cosas bonitas tienen su efecto en aquellos que las contemplan y que la belleza y la delicadeza, también del entorno en el que vivimos, es algo que educa la sensibilidad y que transmite valores.
Ya hace años que me marché de casa de mis padres y cada vez que vuelvo, ahora ya con toda la tropa, mi madre me deja en mi mesita de noche, flores frescas que ella misma coge del jardín. Me encanta verlas allí, por la noche cuando llego agotada después de un viaje largo. Este pequeño detalle me transmite paz y cariño. Es el poder de las cosas bonitas, que también yo quiero enseñar a los míos, en primavera de manera especial. @amparolatre