No sé si será el calor, el cansancio o qué. Pero llevo unos días en los que a eso de las 9 de la noche me pongo cabezona ( que me duele la cabeza, vamos).
Como afortunadamente ya no tenemos ni deberes, ni exámenes y es una hora a la que suele estar “el día resuelto”, lo que estoy haciendo es cenar pronto, tumbarme en mi cama y “dirigir el barco” desde allí.
Mis polluelos van y vienen, se tumban conmigo, me cuentan, me preguntan. Uno me va cantando las canastas del Madrid-Barça o los goles de la selección; la otra me dice que sin un libro de “Tea Stilton” entre las manos su vida no es igual y Sara…., con Sara me troncho. Ayer saltó encima de la cama, se me arrimó todo lo que pudo y me dijo: “he trabajado muchísimo mamá; está todo en la carpeta”.
Indirecta pillada: “¿Quieres que veamos muchas veces tus trabajos?”
Y Sara volvió a bajar de la cama, cogió su carpeta y volvió a subir a la cama con ella. Y ahí estuvimos revisando las vocales; hablando de líneas verticales, horizontales y diagonales; viendo sus dibujos; y repasando ondas y “zigs-zags” con el dedo índice. Nos detuvimos en los típicos dibujos sobre la familia que siempre dan mucho juego.
Sara había dibujado a su padre gigante y ella pegadita a él, en un bando aparte sus hermanos y yo. La imagen me hizo recordar los de su hermana mayor, Irene, que durante una época jamás reflejaba a su hermana pequeña. “Es el país de la imaginación, te la tienes que imaginar mamá” o “¿Ves esta casa que hay aquí pintada, pues Sara está dentro”. Éstas fueron algunas de las respuestas en aquella época de ajuste familiar. En fin, celos superados.
“Mi mamá es especial por…” era el enunciado de otro trabajo y quise saber más, aunque casi habría sido mejor no preguntar. Para Sara su mamá -es decir yo- es especial por lo rico que le sale el pollo con patatas. Menos mal que estaba sentada, porque si no, acabo en el suelo.
Después de terminar con la carpeta roja Sara se fue, pero al rato volvió llorando: “¿Quién ha tirado mi nombre?”. Por supuesto, yo era la responsable, que había estado revisando todas las cosas que habían traído el último día de colegio y ni se me ocurrió pensar que esa fotocopia plastificada y algo arrugada tuviera algún valor. Pero me equivoqué, lo pensé con mi lógica y no con la suya, que ha visto ese papel cada día pegado a su silla durante todo un curso y que a base de mucho esfuerzo ha descubierto cómo se escribe su nombre. Anoche, viendo el cuidado con el que repasaba cada trazo con su dedito me di cuenta de lo que es importante para ella el papel que yo había tirado.
Menos mal que Sara es genial perdonando y en cuanto dejamos el trozo de papel en su mesa ya se había olvidado de que por los pelos no terminó en el camión de reciclaje. Sara acabó el día pintando princesas junto a “su nombre”. @amparolatre