La Cuaresma está llegando a su fin.
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Me pasa un par de veces al año y la Navidad es uno de esos momentos.
De repente siento una necesidad imperiosa de deshacerme de algunas de las cosas que no necesitamos y de hacer hueco en las estanterías de las habitaciones de mis hijos.
Hace un par de años que unas cuantas gurús del orden se están montando en el dólar revistiendo de «filosofía de vida» esto mismo que yo he sentido desde niña. Sí sí, era solo una adolescente y ya dedicaba un par de días en verano a poner mi habitación patas arriba para reorganizar mi espacio. Y tres cuartos de lo mismo en Navidad. Hacerlo me hacía sentir bien. No puedo dotar de un contenido más sesudo esta especie de manía que a mi marido más bien le da risa (ríe por no llorar, claro, porque a él también le salpica). Pero es así, me transmitía paz. Sentarme a estudiar o a jugar en un espacio con cierto orden y con recuerdos de amigos y momentos importantes me hacía sentir bien.
Y una treintena de años después sigo igual. Actualmente encuentro bastantes beneficios también desde el punto de vista práctico.
Esta costumbre me ayuda a encontrar cosas que no recordaba dónde estaban y a darme cuenta de qué necesitamos (de ropa por ejemplo) o qué prendas no necesitaré comprar en los próximos meses (comparando tallas de chaquetones o vestidos que guardo de mi hija mayor pensando en la pequeña). Es un modo de aprovechar mejor el espacio que hay en casa y de darme cuenta de que no necesitamos ni más espacio, ni más cosas. Es más, teniendo más ordenada la ropa de los niños he comprobado que necesito menos, algo que además de ser un ahorro, me transmite cierta felicidad.
Pues ya está, confesión hecha. No creo que sea una maniática del orden (conste que me controlo porque podría llegar a serlo), pero es algo que me transmite relax. Hacer hueco en las habitaciones cuando sé que en unos días SS.MM.RR nos soprenderán con algún que otro juguete es parte de mis rutinas del año.
Una de las prendas que he quitado de en medio son los disfraces de los festivales navideños, que sé que no volveremos a usar hasta el próximo año. Cuando fui al trastero l0 hice con mi hija pequeña, que intuía que algo de interés habría allí abajo. Y así fue. Nos reencontramos con el caballo de sus hermanos mayores. Uno de esos juguetes clásicos, que no pasan de moda y alimentan la imaginación de lo lindo. No podría describiros la cara de Sara, que desde entonces lo tiene aparcado en la puerta de su habitación. Como veis en la foto, a punto para salir a disfrutar juntos de una nueva aventura. @amparolatre