Ayer, en lugar de ir a misa a nuestra parroquia, fuimos al colegio donde estudian mis hijos. Fue la primera Eucaristía de este curso y coincidía además con la Jornada del Domund.
La anterior directora del centro siempre decía que estas celebraciones “hacen colegio” y me encantaba oírselo decir, porque creo que es una gran verdad.
En el colegio suceden cosas muy importantes, nuestros hijos pasan ahí muchas horas cada día durante años. Así que, podríamos decir que en gran medida amueblan su cabeza y su corazón gracias a lo que aprenden en el colegio. Muchas de las experiencias más relevantes de su vida las tendrán en el patio, en alguna de las aulas y espero, que también en la capilla. Por eso, siempre que puedo acudo a celebrar la fe donde ellos viven una parte importante de su día a día. Y no solo por eso, sino también porque de este modo tengo la ocasión de reunirme con las familias de los niños con los que ellos comparten todas estas experiencias y celebrar con ellas la fe.
Para quienes como yo, vivimos en una ciudad grande en la que no siempre es fácil quedar par ver a la gente que quieres y mucho menos encontrarte con los que no conoces mucho, tener estas oportunidades para el encuentro es un motivo para dar gracias.
A pesar de que la sociedad en la que estamos todo nos conduce a pensar que tenemos una gran capacidad de control, esto se convierte en un espejismo si hablamos de la educación de los hijos. Al menos yo lo siento así. Y en los momentos en los que me doy cuenta de que lo único que puedo hacer es sembrar, en esos momentos en los que me puede el vértigo, solo me consuela arrodillarme, dejarlo todo en Sus manos y saber que no estoy sola, porque formo parte de una gran comunidad. @amparolatre