Mientras escribo estas letras, ellos deben estar ya rumbo a Paraguay. Son tres jóvenes y una familia con sus tres hijos, que por segundo año consecutivo, deciden ponerse en camino, porque como hoy explicaban, «se sienten llamados a ello».
He tenido la suerte de poder acercarme a acompañar a estos amigos de la Familia Spínola en su celebración del envío. Y me alegro de haber salido de casa a pesar del calor. Porque son celebraciones que me remueven por dentro. Quizás porque recuerdo la época en la que era a mí a la que le ponían la cruz y la que tenía que explicar los porqués de una decisión. Una época ya muy «pasada», en la que surgió una vocación que sigue ahí latente y que en días como hoy, siento que he descuidado un poco.

En algún momento tendré que hacer algo en este sentido, ya sea en clave familiar o individual. Veremos qué pasa con esta historia.
Antes de terminar la celebración, el sacerdote nos ha preguntado a los presentes que si queríamos decirles algo a «los seis enviados». A mí esto de hablar en público siempre me cuesta, pero sí ha habido una reflexión que me hubiera gustado compartir, sobre todo con los más jovencitos.
Suelen venir con la impresión de que allende los mares es donde han podido proyectar toda su generosidad, bondad y ganas de transformarse para cambiar el mundo; que es en medio de nuevos amigos donde pueden mostrar su sed de Dios y la necesidad de sacar cada día un rato de oración.
Y mi comentario siempre es el mismo. «Pues seguid aquí con la misma actitud; no dejéis de hacer aquí lo que os sienta bien a vosotros y hace bien al entorno, porque también Occidente es tierra de misión».
Tanto aquí como allí el mundo necesita «gentes como sal», personas de mirada encendida que sean capaces de salir de su tierra para ir al encuentro del otro. ¡Mucha suerte a todos! A la vuelta hablamos. @amparolatre