La Cuaresma está llegando a su fin.
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No sé si a vosotros os pasa pero a mí siempre me sucede que con el primer bajón de temperatura me apetece quedarme en casa.
Pero los deseos no siempre se cumplen, las madres lo sabemos. Así que ayer tuve que salir, en contra de mi voluntad, a llevar y traer a mis hijos a un par de «planes» y a hacer un par de compras urgentes. Me hizo gracia la cantidad de pijamas afelpados que pasaron por la caja delante de mí.
Pero hoy sí que sí. Es el día en el que los deseos se han cumplido. Resueltas las compras y hechos los deberes, hemos podido disfrutar del domingo, dejando que el tiempo fluya. Sin más.
Estar en casa sin más objetivo que «estar» permite aclarar cosas, ayudar con alguna duda del cole no resuelta, poner temas de envergadura sobre la mesa, hacer tortitas para merendar, pelear y hacer las paces, tener un rato de oración juntos o jugar una maratón de «Sardinas», nuestro último descubrimiento para gente de todas las edades.
Hay otoños -como éste- en los que el frío llega de golpe. En estos casos, da igual que me abrigue mucho, la nariz, las manos y los pies se me quedan fríos. No hay forma de entrar en calor, quizás porque tengo poca chicha.
En momentos así agradezco un día en casa, con los míos, sin prisas. Para poder encontrar en ellos la calidez que necesita no solo mi cuerpo. Seguro que después de un día de parón estoy más que preparada para enfrentarme al trajín de la semana. @amparolatre