No me digáis que no son preciosas. Las ha hecho una amiga mía y estoy encantada con la adquisición.
Han sido parte del regalo de Irene por su noveno cumpleaños, que está en plena fase de exaltación de la amistad. Y hace bien, porque una amistad sana a su edad es de las cosas más bonitas que hay.
A mí estas chapitas me parecen tiernas, con un diseño que me encanta y lo más importante, las ha hecho una persona a la que conozco. Una de esas mamás artistas que hay por ahí y que además de trabajar dentro y fuera de casa ha empezado a crear, robándole horas al sueño, algo tan original como lo que veis en la foto. No diré la hora a la que se levanta para dar rienda suelta a su creatividad. Pero muy temprano -mucho- y se encierra en la cocina para volcar sus sueños lápiz sobre papel.

Su lucha por querer ser ella a toda costa, me resulta inspiradora. Por eso, del mismo modo que huyo de las compañías tóxicas, intento acercarme a esta madre -a la que solo conozco de la puerta del colegio-, cada vez que la veo, aunque solo sea para darle un beso. El proceso artesanal, el cariño y el hecho de que Natalia pensara en Irene al dar forma a esta pareja de amigas es el verdadero valor del regalo.
Y a mi modo de ver, la historia de las chapas también es reveladora para sus hijos y el marido, que tienen motivos de sobra para estar orgullosos de su madre y que se han reído con nuestras conversaciones tan precipitadas como emocionadas sobre el tema que teníamos entre manos. Irene repartirá feliz las chapas entre sus compañeras del colegio y yo no he dudado en colocarme una en la solapa.
Hay mucha amistad cociéndose en el ambiente, me parece a mí. ¡Gracias Natalia, de corazón! @amparolatre