Desde que tengo hijos me he hecho muy fan de la puerta de la nevera.
Me gusta que esté limpita y sin dedos marcados. Esto es complicado en una casa con niños, lo sé. Pero así soy yo, exigente y amante de las misiones imposibles.
En la nevera hay recuerdos de todo tipo, unos más tontos y otros con más miga, de viajes y momentos que hemos vivido juntos en los últimos años; pero también es el espacio que algunos miembros de la familia buscan para dejar dibujos o mensajes llenos de ternura.

Para Sara no hay halago mayor que ver su dibujo ahí expuesto. E Irene, de repente, me sorprende con este tipo de mensajes, bien intensos. A Irene siempre se le quedan cosas por decirme, matices que aclarar. Así que raro es el día que no me encuentro un recadito debajo de la almohada.
En casa, todos necesitamos contarnos muchas cosas. Cada uno a un ritmo distinto y con un estilo muy particular. Y yo siempre estoy en medio.
Esto es algo que a menudo me estresa, porque tengo la sensación de no encontrar los momentos o la serenidad que cada uno necesita para contarme «sus batallas». Por no hablar de las veces en las que estoy tan cansada que teniendo el momento y la serenidad, termino ojiplática mirando fijamente a mi retoño pero con la cabeza en un lejano lugar y con mis orejas echando humo.
Por todo ello soy una gran fan de la nevera, que para mí es una gran aliada. @amparolatre