Los amigos imaginarios son bastante frecuentes, pero tampoco es algo que esté a la orden del día. En casa, sin embargo, no sé muy bien por qué razón, todos mis hijos los han tenido. Así que ha habido momentos en los que hemos pasado de ser una familia numerosa, a numerosísima.
Entre los 4 y los 5 años aproximadamente, mi hijo mayor se dirigía permanentemente a Cinta, Flora y Amaya. A Irene le pasó siendo un poco mayor, y ahora Sara nos hace llorar de la risa, porque no solo es que tiene hijos imaginarios a los que hay que acunar y besar, sino que se convierte en varios personajes, sufriendo algo así como un desdoble de personalidad. Ahora Sara, ahora Manuela y a ratos Sofía. Y me trae loca, porque si, en condiciones normales tiendo a cambiar el nombre a mis hijos, lo que me faltaba es que uno de ellos se meta en la piel de tres personajes distintos.
– ¡”Sara, guarda juguetes y ven a cenar; por favor!”.
– “Te has equivocado, mamá. Ahora soy Manuela”.
– Grrrrrrrr
Dicen los expertos que los seres, héroes y amigos imaginarios son comunes entre los 2 y los 3 años. Y que en esta etapa muchos niños empiezan a desarrollar un mundo de fantasía paralelo a la realidad en que viven. Ya te digo. El domingo por la tarde, para celebrar mi santo nos fuimos a tomar una hamburguesa. Todo transcurría con normalidad hasta que a Sara (tres años y medio) le pusimos delante un helado de chocolate para rematar la cena. De repente y en cuestión de segundos empezó a abstraerse y a meterse en su mundo de fantasía, interaccionando con esa copa de helado, que para ella había cobrado vida.
No sé lo que durará esta fase, espero que mucho tiempo, porque me resulta fascinante, aunque a ratos me siento como el emperador del cuento “El traje nuevo de emperador”. @amparolatre