Hay millones de niñas en el mundo que no sueñan con castillos o vestidos largos. No quieren ser Cenicienta, ni Blancanieves. Quieren ir a la escuela y poder estudiar. Con esta idea «Misiones salesianas» lanza hoy su campaña «Ellas no quieren ser princesas» para hacer su particular aportación en el Día de la Mujer Trabajadora y resaltar el papel de la mujer como protagonista de cambios sociales.
Es un enfoque que me parece original y me convence, porque me sirve para acercar esta jornada a los míos. Sobre todo a «mi mediana» de ocho años que apunta maneras de rebelde de muchas causas, algo que bien encauzado, en un futuro puede ser un filón. Tiene una especial sensibilidad para detectar situaciones injustas y últimamente todo lo que tiene que ver con las diferencias entre los hombres y las mujeres la trae por la calle de la amargura. Así que el Día Internacional de la Mujer seguro que en casa acaparará sobremesas y conversaciones durante lo que queda de semana.
Después de leer a quienes defienden la necesidad de esta jornada y a quienes opinan que es solo una pamplina mediática; a quienes ponen el acento en la brecha salarial y a quienes piensan que la frustración por no llegar a todo es un veneno que «nos está matando»; creo que claro que tiene sentido dedicar un día a pensar más en profundidad en las muchas batallas que nos quedan por librar.
Me parece necesario escuchar lo que Manos Unidas recuerda hoy sobre la feminización de la pobreza en los países en desarrollo o la reflexión de Misiones Salesianas que explica con un discurso bien claro que en muchos países una niña que acude a la escuela es una niña que va a transformar su vida y la de su familia. «Entra en un círculo virtuoso que va a mejorar su calidad de vida. Podrá optar a un mejor trabajo, va a querer que sus hijos estudien, mejorará la alimentación e higiene familiar, vivirá su maternidad de manera responsable… Pero, además, conocerá sus derechos y participará en la toma de decisiones de su comunidad». No es poca batalla ésta ¿no os parece?

No es poca la batalla, pero resulta lejana. ¿Cuál es nuestra batalla aquí? Pues sinceramente creo que andamos un poco desnortados. Mi impresión es que hay tantas batallas tangibles, como la diferencias salariales o el bajo porcentaje de mujeres en puestos directivos, que nos olvidamos de mirar más allá. Creo que el gran reto es que podamos ser nosotras mismas y que podemos elegir libremente. Si queremos trabajar también fuera de casa o no; si queremos un parón profesional después de dar a luz más o menos largo; si queremos aspirar a puestos directivos o no.
Ayer sin ir más lejos me tocó salir disparada al colegio de mis hijos porque mi hija pequeña estaba con fiebre. Mientras esperaba -Dalsy en mano- a que saliera mi peque, la persona que atiende la portería llamó a media docena de «madres» por el mismo motivo. Ni un padre. Todo madres.
Desde luego no me parece lo deseable, aunque en mi caso mis hijos prefieren «mis mimos» a los de su padre para una situación así sinceramente (como cualquier niño por otro lado). Pero creo que perdemos altura de miras si nos quedamos solo en reivindicar que sean más los hombres que se ocupen de esto. Porque lo que salta a la vista en muchos de estos debates es que no tenemos claro qué queremos ser.
¿Cuál es tu vocación? En el fondo están las eternas cuestiones, que dejando a un lado las diferentes circunstancias entre unos países y otros, hermanan a todas las mujeres del mundo, a todas las niñas, a las que debemos ofrecer la mejor educación posible para que sean capaces de desarrollar todo su potencial, y como propone «Misiones Salesianas» ser agentes de cambios sociales.