Soy una gran defensora de lo sencillo en todos los ámbitos de la vida porque tengo clarísimo que “menos es más”.
Hace unos días comentaba cómo resuelvo cenas y meriendas de manera saludable sin complicarme mucho la vida.
Hoy un lazo azul me ha puesto en bandeja retomar esta idea.
Desde hace meses en la habitación de Sara hay un lazo azul. Hay días que está atado al pomo de la puerta, otros sirve de camino mágico en el suelo y otros como sucede hoy Sara me ha pedido que se lo ate a la cabeza a modo de adorno.
Lleva con él puesto varias horas, metida en su mundo, trajinando con una bola de plastelina.
Abro paréntesis. Aunque parezca una chica normal, tengo mis rarezas.
Una de ellas, que a mis hijos les hace mucha gracia, es que me relaja ver cómo envuelven los paquetes en las tiendas.
Por eso, a veces -muchas- cuando voy a comprar algo en una tienda de ropa o en una papelería, por poner solo dos ejemplos,
pido que me envuelvan lo que acabo de comprar,
aunque no sea para regalar a nadie.
Me encanta ver el cuidado con el que colocan el libro en el centro, lo envuelven y adornan con una de esas pegatinas con un deseo bonito o con un lazo azul.
Así que esta es la historia del lazo azul. Adornaba el envoltorio de unos cuadernos. Me gustó tanto el color y la textura de la tela
que pensé que en casa podia tener más recorrido que terminar esa misma tarde en la basura.
Me equivoco a diario, muchísimas veces, pero con el lazo acerté. Y no puedo evitar, en días lluviosos y aparentemente tristes como el que ha salido hoy, sonreír al ver el juego que nos da ese trocito de tela.
A nuestro lazo ya le están saliendo flecos en los extremos. No sé lo que nos durará, pero yo seguiré dejándolo cada día a la vista de Sara para divertirme con su inocencia y su creatividad. @ amparolatre