Una de las cosas que me gusta de esta época del año es que nos permite pensar en asuntos que van más allá de las urgencias del día a día.
Dirá la gente que nada me impide pensar en lo que quiera, durante el curso. Cierto. Pero igual de cierto es, que cuando tienes el disco duro lleno, como es mi caso, la cabeza no da para más.
Pero en cuanto desaparecen deberes, exámenes, competiciones de los fines de semana y cumpleaños, de repente, y como su fuera por arte de birlibirloque mi mente queda libre para asuntos que siempre me han interesado.
Y surge la preocupación, por ejemplo, por encontrar el modo de educar en la belleza. No es poca cosa. Como para planteármelo mientras hago una tortilla de patatas o explico un problema de matemáticas.
Menos mal que una tiene amigas como Mª Ángeles Fernández, con la que siempre es un gusto charlar. En la última entrada de su blog -que os recomiendo- , habla precisamente de una afición preciosa con la que, como el que no quiere la cosa, estoy convencida de que en sus hijas irá calando este gusto por las cosas bonitas. Y es que con los niños, los propósitos más importantes, podemos ir trabajándolos con las cosas más sencillas y cercanas para ellos, como son los juguetes.
Quiero pensar que cuando nuestros hijos lleguen a edades críticas, mientras los padres nos llevamos las manos a la cabeza con determinados “looks” o modas, como si nosotros hace años no experimentáramos con la estética hasta dar con la que encajaba más con nuestra manera de ser, ellos pueden encontrar en ciertos hábitos relacionados con el reciclaje, el cuidado del entorno o el gusto por las cosas bonitas, un asidero que les ayude a despejar interrogantes. ¡Gracias Mª Ángeles, por tu amistad y por tus reflexiones! No me veo capaz de imitarte con la afición, pero tomo buena nota de la idea. @amparolatre