Qué fácil es ver los defectos del prójimo y qué difícil aceptar los propios. Qué fácil pedir que las soluciones y los cambios los hagan los demás y qué complicado asumir que la posibilidad de engañar o de apropiarte de algo que no te corresponde no es solo una tentación para los políticos.
Esta mañana mientras escuchaba una tertulia en la radio en la que hablaban de la corrupción, pensaba en lo corriente que es que te ofrezcan la opción de pagar sin factura, por no hablar de la economía sumergida. Asistentas domésticas, clases particulares, gente que cose, cocina, cuida de un menor o un anciano o el que hace chapucillas… ¿Quién no conoce a alguien que «trampea»?

Desgraciadamente está totalmente aceptado en nuestra cultura que el que es capaz de engañar es un espabilado y el que no lo hace el tonto de la clase. Es una pena porque mientras no le demos la vuelta a estas dos premisas, tampoco se acabará la corrupción a altos niveles. Los representantes políticos y los altos ejecutivos también fueron niños y niñas que crecieron y se educaron en valores en familias concretas. Así que, empecemos desde abajo. No hagamos dejación de funciones, ni nos tapemos los ojos respecto a la responsabilidad que las familias tienen también en este tema.
Cambiemos nuestra vida, para cambiar el mundo. Cuántas veces me acuerdo de ese lema de una campaña de Manos Unidas de hace ya muchos años. Cuánta verdad encierra.
Mientras no aceptemos que la crisis (fundamentalmente de valores) del mundo actual pide a gritos un cambio de estilo de vida, de modelo de consumo y de prioridades, no saldremos totalmente de ella. No todo el mundo quiere trabajar más para tener más; no siempre es necesario estrenar, porque a menudo menos es más.
Es en casa y en el colegio donde los niños tienen que aprender que se puede y se debe decir no ante determinadas tentaciones. Expliquemosles por qué pedimos factura o por qué no queremos que el taxista nos dé para nuestra empresa el tíquet del viaje anterior, aunque sea de un importe mayor. No somos más bobos, simplemente es una cuestión de principios. Y en casa debe haber tiempo y espacio para hablar de todo ello y de la satisfacción que sentimos cuando uno hace lo que debe. No sabemos dónde terminarán desarrollando su vocación nuestros hijos, pero si desde pequeños logramos que entre su vocabulario figuren términos como «honestidad», tendremos mucho ganado. @amparolatre