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Conectados, ¿a qué?

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Amparo Latre Gorbe - publicado el 25/02/16

Cuenta la leyenda que el cartel despertó aplausos entre los padres. Al llegar a la puerta de la Escuela Infantil para recoger a sus hijos se encontraron con este mensaje y a más de uno le llegó al corazón.
La verdad es que es para hacérnoslo mirar. Mucha conferencia en las escuelas de padres, mucho hablar del riesgo que conlleva el abuso de todos los «gadgets» que se han hecho imprescindibles en los más pequeños, pero los adultos no terminamos de reconocer cómo de enganchados estamos nosotros.

Tanto, que en las comidas familiares y en muchos restaurantes se ha convertido en tendencia establecer un lugar para dejar los móviles. Tanto, que muchos fijamos algún momento al año para hacer ayuno digital.

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Nos han metido en la sangre el veneno de las urgencias de los tweets y las «ultimas horas» y nos han engañado con la idea de que solo es correcto contestar a los whatsapp de manera inmediata. Mentira podrida.
Lo verdaderamente urgente es que cultivemos la sensibilidad para escuchar las cosas importantes que nuestros hijos tienen que contarnos. Algo que -por cierto- no suele suceder cuando preguntas: «¿Qué tal el día cariño?». Sino cuando ellos quieren. Y como te vean pegado a una pantalla y por tanto poco receptivo, olvídate. Ha pasado el tren. Información que te perdiste.
Mientras comprobamos orgullosos cuantos «me gusta» ha generado nuestro comentario, se nos escapan un montón de informaciones de nuestro entorno. Alguien que ha perdido peso en poco tiempo, un gesto de preocupación de alguien que aprieta contra su pecho una carpeta que contiene unos resultados médicos. Personas con las que nos vemos a diario y de las que sabemos su nombre, pero preferimos darnos al placer frío, al encuentro distante que nos proporciona la pantalla.
Uno de los buenos consejos que me dio mi madre cuando empezaba a hacerme mayor es que no me fiara de la gente que no mira a los ojos cuando te habla. Durante años lo he considerado un buen termómetro para saber a quien arrimarme. Pero últimamente pienso que -como los carismas en las congregaciones- he de adaptar el mensaje. Porque me quedaría sola.
Ayer precisamente escuché decir a un «experto en escucha» (bonita profesión ¿no?) que tenemos déficit de escucha que humanice, de encuentro verdadero, que no sea solo un intercambio de información. Pues eso.
Y dicho esto, no me quiero ni imaginar cómo sería mi día a día con niños si no tuviera móvil, ni whatsapp. Mucho más complicado, seguro. Por eso creo que el reto no está en demonizar, sino en utilizar estas herramientas con moderación, dejando claro que la prioridad siempre la tiene la persona que tenemos enfrente. Nuestro ejemplo de control es mucho más educativo para nuestros hijos mucho más que mil charlas en el colegio. Deberíamos tener el móvil bien lejos durante las comidas y en silencio el par de horas (en la práctica no son más) que estamos cada día con nuestros hijos por la tarde. ¿Realmente necesitamos compartir en el grupo de amigos el chiste de turno en ese momento o conocer si hay alguna noticia importante? Pues la respuesta es no. Puede esperar. Cuando no sabemos esperar, otras cosas verdaderamente importantes se nos escapan, sin darnos cuenta. @amparolatre
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