Cansados por la entrega, arrugados y con heridas. También con cicatrices, pero con ganas de seguir caminando y construyendo una historia de amor que no siempre es fácil. Me refiero a padres y madres, a esposos, a la familia a la que muchas veces nos referimos en clave ideal, pero en la que la convivencia no siempre es fácil.
De todos los discursos que el Papa Francisco ha pronunciado durante sus días en Méjico, el que ha dirigido a las familias ha sido el que más me ha gustado:
“Prefiero una familia con rostro cansado por la entrega a rostros maquillados que no han sabido de ternura y compasión”.
“Prefiero familias arrugadas, con heridas, con cicatrices, pero que siguen andando, porque esas heridas, esas cicatrices… son fruto de la fidelidad de un amor que no siempre les fue fácil”.
Me entran ganas de lanzar “el corrector” por la ventana y dejar que mis ojeras luzcan tal cual. Pero cada vez que tengo esta tentación recuerdo a una amiga de mi hija Irene, que le preguntó mientras desayunaban después de una fiesta de pijamas: “¿Qué le pasa a tu madre por las mañanas”?
Anécdotas al margen y volviendo a lo esencial de estas declaraciones. La vida de una familia es agotadora, con muchas satisfacciones, pero llena de dificultades y de heridas que no siempre logramos que cicatricen. Las necesidades previstas se suman a los muchos imprevistos, los despistes y las torpezas, de manera que da igual lo cansado que estás porque tienes que seguir haciendo, escuchando y diciendo “hasta el infinito y más aún”. Y cuando por fin me siento, muy al final de cada jornada pienso “¿cómo no voy a estar cansada? Si cuento todo lo que he hecho desde las 6.45 de la mañana, la gente no se lo cree”. Y yo misma me consuelo cuando la casa empieza a quedarse en silencio.
A menudo intentamos de modo un tanto absurdo que el maquillaje disimule las ojeras y con ello tapamos también toda la ternura y la compasión de esa noche poniendo paños para lograr que baje la fiebre; o los desvelos de varios días intentando hacer números para que “querer” y “poder” coincidan. En definitiva una parte muy importante de lo que es el caminar de una familia.
No se trata de ir contando penas a los cuatro vientos, pero tampoco de ofrecer una imagen edulcorada hasta el punto de caricaturizar la realidad de las familias. Es bueno que los jóvenes sepan que no todo es de color de rosa, que permanecer juntos “en la enfermedad” o “en lo malo” puede hacernos más fuertes si sabemos darle un sentido y que cerrar las puertas para estar a gusto y calentitos en nuestro hogar ajenos a lo que sucede más allá es una tentación en la que no debemos caer.
No se trata de airear miserias, pero qué bien viene que alguien como Fancisco afirme que prefiere nuestros rostros cansados cuando son fruto del compromiso y de “un no parar”. Intentaré ser menos dura conmigo misma al mirarme cada mañana en el espejo.