Sabía que en cualquier momento me pasaría con Sara, igual que sucedió con sus hermanos y así ha sido.
Todo se ha precipitado en la última semana. Un día se ha levantado diciendo que no quería hacerse vieja, otro que por los pelos se muere esa noche y hoy no quería irse a la cama.
Todo esto unido a que últimamente, en cuanto llegamos al andén del metro dice: «mamá ¿sabes que no me gustan las brujas?». No sé qué tiene el metro pero está claro que Sara no se siente nada cómoda con el túnel oscuro de fondo y esos ruidos tan particulares que se producen en las estaciones.

Su etapa de pesadillas, tan característica en la infancia, en este caso ha coincidido -no sabemos si es antes el huevo o la gallina- con todo el merchandising de Halloween al que supongo que mi benjamina no ha podido abstraerse.
Esta tarde, justo cuando Sara estaba mohína, agotada después del día intenso y agobiada por esas pesadillas que estaba segura que la desvelarían esta noche, me he acordado de la solución a la que recurrí con mis hijos mayores hace años:
- «Sara, ¿qué te parece si hacemos un cartel para colgarlo en tu puerta? Vamos a escribirle una carta a las pesadillas, para que no entren en tu habitación y la adornaremos con muchos sellos».
A Sara le ha fascinado la idea y ahí está, profundamente dormida en su cama con el papel colgado de su puerta: «Pesadillas, por favor, no entréis más en esta habitación. Iros a otra casa».
No sé cómo irá la noche, pero la tarde la hemos terminado con optimismo, que no es poco. @amparolatre