Esta mañana una amiga ha sentido la necesidad de dar las gracias a todas esas personas, a todos esos “ángeles”, que ella se ha cruzado en su vida y que la han cuidado o protegido.
Lo hacía con esta frase que a muchos habrá pasado desapercibida, pero con la que a mí me ha gustado hacer un parón en medio del ajetreo de la mañana. He sentido un profundo sentimiento de agradecimiento también yo por tanta gente buena que tengo cerca tendiendo manos y oídos siempre que lo necesito.
Muchos (abuelos, amigos íntimos) son conscientes del apoyo que suponen de manera continuada, pero hoy sobre todo pensaba en esas personas, que probablemente no sean conscientes del bien que me han hecho. Pienso en esa compañera de trabajo intuitiva que aprecia cuándo has pasado una mala noche y se acerca para darte ánimo. O en esa maestra que a principio de curso te dice “no te preocupes, lo conseguiremos”. O en ese médico que pasa de ser un desconocido a un amigo porque durante una mala racha te facilita la vida mandándote resultados de analíticas por mail y dejándote recetas en un sobre para que no tengas que pasarte las tardes en la sala de espera. O en esas madres con vidas tan complicadas como la tuya, a las que nada les impide salir al rescate de otra madre amiga si ésta lo necesita.
Decía Albert Einstein que hay dos formas de ver la vida: una es creer que no existen milagros y la otra es creer que todo es un milagro. La bondad, el cariño o el amor de tantas personas especiales es lo que hace que los milagros cotidianos existan.
Yo creo en ellos. Creo en ellos porque los veo a diario, los veo en mis hijos y en mi familia. A diario compruebo lo frágil que es la convivencia en el seno de la familia o lo vulnerables que somos ante tentaciones como el egoísmo, el victimismo o el desaliento. En medio de todas ellas, de repente aparece una sonrisa que nos protege de la tristeza; la lealtad de alguien te recuerda que no estás solo o te reconcilias con el género humano al descubrir que todavía quedan personas íntegras con unos principios a prueba de bomba. Y entonces, cuando te contagias de todo lo bueno, sucede lo inesperado y eres capaz de abrazar en lugar de dar una voz o de callar y dar el do de pecho en lugar caer en la crítica fácil.
Lo mejor de todo esto es pensar que de un modo u otro, todos podemos “ser ángeles” de otras personas y ofrecerles ese espacio para coger aire o ese momento para sacar las penas, tocar fondo y coger impulso para salir disparado hacia la superficie dispuestos a retomar la batalla. @amparolatre