Hoy tengo la necesidad de dar las gracias por motivos diversos.
En primer lugar por lo bien acogida que me he sentido en este lugar que muchos califican de virtual, pero que es tan real como otros y donde he sentido tanto cariño y tanta acogida en los últimos días. Gracias, de corazón.
Dicho esto y ya en clave navideña – porque recuerdo, hasta el 10 de enero es Navidad- quiero dirigirme a todos los que estos días son o han sido anfitriones. Yo, a mis cuarenta, tengo que admitir, aunque me ponga colorada, que sigo aprovechándome de la generosidad de otros. Gracias por esto también, de momento me libro (jeje). Aún no me toca, aunque una intenta arrimar el hombro en la medida de lo posible.
En nuestra familia, en Nochebuena nos juntamos 35 personas y el resto de días de Navidad, 15 personas a comer y a cenar; que sin ser una barbaridad, tiene mucho mérito teniendo en cuenta que lo hacíamos en casas no muy grandes. Así que toda mi admiración y mi agradecimiento a la “tía Rosa y al tío Miguel”, que reconvirtieron su dormitorio en un comedor extra, además de preparar cantidades ingentes de comida. También a mis santos padres y a mi familia política que no han parado ni un minuto para tenernos contentos a hijos y nietos. Y que además de preparar mesa y comida se han quedado muchas sobremesas sin descansar para que los mayores pudiéramos echarnos una de esas siestecitas impagables.
Gracias, gracias, gracias. Porque a todos se nos llena la boca hablando de acogida, pero solo los que la practican saben que implica cansancio, pérdida de intimidad, tensión, pero también diversión, riqueza, calidez, apertura, respeto. En definitiva, felicidad.
Cuando a la sobremesa aportas varios churumbeles enseguida te das cuenta de lo que los niños pueden llegar a descolocar y detectas al instante aquellos que disfrutan de los pequeños y aquellos que logran sobrellevar la situación a duras penas. A éstos últimos también quiero darles las gracias de corazón, porque sé mejor que nadie el esfuerzo que han hecho.
Espero que mis hijos no olviden jamás estas reuniones, del mismo modo que los encuentros con tíos y primos, cada Nochebuena en casa de mi abuela, forman parte de los recuerdos de infancia que me acompañarán siempre. Estos días, ajenos al esfuerzo de los adultos, se han dedicado básicamente a agotar las posibilidades de juego con todo aquel que se ponía delante. Pero también han ayudado, han dado espontáneamente las gracias por tanta fiesta de la buena; han sabido ser el centro y también ceder la atención a otros. Han hablado de aquello que conocen y han escuchado ojipláticos conversaciones eternas sobre posibles pactos políticos (escuchando sus comentarios me he dado cuenta que la próxima vez dejarán a más de uno con la boca abierta con sus comentarios). Vamos, que han ejercitado la sana costumbre de convivir en el seno de una gran familia. No siempre es fácil. Pero cuando cada uno se olvida de sus caprichos, para estar pendiente de lo que necesitan los demás es posible. Y es una gozada.
En vísperas del día en el que nuestros hijos abrirán sus regalos, me pregunto si hago todo lo posible para que sean conscientes de cuáles son los verdaderos tesoros en la vida. Así que a pesar del cansancio, del jaleo y del agotamiento que supone preparar la intendencia, espero estar a la altura el día que me toque a mí apretarme en casa para acoger a padres, hermanos, hijos y a los hijos de mis hijos. @amparolatre