La vida con niños a ratos es sorprendente y a ratos del todo previsible. En mi caso, el primer día de vacaciones, después de un trimestre que se nos ha hecho larguito a todos, ha sido más bien lo primero.
Que mis hijas iban a transformar la habitación en una escuela, que iban a pasarse el día haciendo «cuadernillos» de tareas por asignaturas y que pasarían la mañana de su primer día de vacaciones jugando a repasar lo que han estado dando en el colegio, en los últimos dos meses, era lo último que podía imaginarme, la verdad.
Está claro que los niños tienen una relación de «amor-odio»con la escuela.
Y está claro también que cuando tienen tiempo por delante es cuando surgen los juegos más entretenidos.
La habitación de mis hijas, cada vez que llega un fin de semana o unas vacaciones largas se transforma. En una clase, en un hospital, en una peluquería, en un teatro… Nada les gusta más, que cerrar la puerta y sacarle partido a esos pocos metros. Y vaya si se lo sacan.
Los expertos lo llaman «tiempo de juego no dirigido». Yo como madre, lo único que puedo decir es que para mis hijos es algo así como una necesidad vital. Están más entretenidos, menos dependientes, más emocionados y de mejor humor.
Cuando hay tiempo por delante, sin muchos deberes, ni mucho plan establecido es cuando al terminar el día me encuentro con ofrendas como la de la foto. Así que también yo me emociono y estoy de mejor humor. ¿A quién le amarga un dulce? @amparolatre