Decía mi abuela que “a quién le amarga un dulce”. Frases como ésta iban hilvanando el día a día con ella, y todas encierran grandes verdades.
Años después de su muerte, si tengo que pensar en el legado que mi abuela ha dejado en mi vida, sin duda lo que me viene a la cabeza es esta sabiduría popular, que ella nos transmitía con refranes, dichos y mucha gracia.
Mientras veo a “mi adolescente favorito” achuchar a su prima de dos meses, como si no hubiera un mañana, pienso que es lógico. ¿No me apetece a mí ir corriendo a la cuna para cogerla en brazos? ¿No nos apetece a todos acercarnos a ella para olerla, sentirla, acariciarle la piel o sacarle una sonrisa?
Este año, como consecuencia del encaje de bolillos propio de estas fechas, en casa de los abuelos, durante el mes de julio han coincidido mi hermana, de baja por maternidad, con una bebé de dos meses y una peque de dos años; mi chicarrón de trece años y su hermana de cuatro.
Mi adolescente favorito no tiene ahora mismo nada en común con el resto de la tropa, pero no os imagináis lo bien que le ha sentado estar quince días con sus primas pequeñas. Porque aunque a ratos parecen distantes, aunque ya no pidan el afecto del mismo modo, eso no quiere decir que no lo necesiten. Y, como decía mi abuela, “¿a quién le amarga un dulce?”
¿A quién le sienta mal un poco de ternura, un “me cuentas un cuento” o un “salta las olas conmigo”? La convivencia no ha podido resultar más beneficiosa para todos. Pero me atrevería a decir que de manera especial para él. Nada te da más energía, ni relaja más, ni aporta más paz que sentirse querido y tener la posibilidad de querer y cuidar. A veces es necesario cambiar de lugar o estar con personas distintas para romper esquemas y lanzarnos a hacer cosas que nos sientan bien y que habitualmente no hacemos. ¡Viva el verano! @amparolatre