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© Valentyn VOLKOV / SHUTTERSTOCK.com

La familia debe ser protegida como un bien social

Amparo Latre Gorbe - publicado el 18/01/18

No sé si ella se acordará; yo desde luego, perfectamente. De no haber sido por la conversación que mantuvimos, yo habría ido de cabeza a estudiar Magisterio o Psicología, en lugar de terminar en la Facultad de Ciencias de la Información.

Mis padres son dos personas muy vocacionadas que siempre se han dedicado al mundo de la docencia. A pesar de las discusiones propias de la edad, a los 18 años para mí eran modelos a seguir. Su pasión en el trabajo y en la vida era algo que también yo quería para mí.
Pero de repente, un día en el que hablábamos de las salidas profesionales y demás soltó la bomba de relojería:
– “Me encantan las cartas que me escribes en verano desde Irlanda. Creo que se te da muy bien contar cosas y que cualquier carrera relacionada con la comunicación sería un acierto”.
Hasta ese momento jamás había contemplado la posibilidad de hacer Periodismo. Pero mi madre supo acompañarme en este proceso. Y hacerme ver qué cosas se me daban bien. Algo que a estas edades en las que la autoestima y la seguridad no pasan por el mejor momento es importante que alguien nos diga.
Años antes – tendría unos 16 – me pasé un verano diciendo que “necesitaba” irme de misionera a África. No sabía tocar la guitarra, pero en mi plan yo me veía con ella colgada al hombro. Por supuesto mi idea era no retomar los estudios en septiembre, quería irme sin esperar ni un minuto.
Empezaba a ser consciente de la cantidad de injusticias y desigualdades que había en el mundo y no podía estar de brazos cruzados. También ahí mis padres supieron darme un consejo de altura. En ningún momento se rieron de mi ingenuidad o intentaron quitarme la idea de la cabeza. Pero me dijeron que lo meditara, que estudiara mucho, porque para vivir entregada en cuerpo y alma a los demás había que estar muy preparada. Y que si en unos años seguía con la misma idea, adelante.
Ayer hablaba de todo esto con un grupo de padres amigos. No siempre sabemos acompañar a nuestros hijos en ese difícil trance que es el discernimiento
vocacional.
¿Qué quiero hacer con mi vida? ¿Cómo me imagino en un futuro? ¿Cuáles son mis pasiones? ¿Cómo me gustaría vivir? ¿Qué puedo aportar a la sociedad?
Del mismo modo que nos preparamos para decirle a nuestros hijos quiénes son los Reyes Magos, deberíamos pensar cómo ayudarles a desentrañar estas cuestiones, que son cruciales. Y si no sabemos cómo hacerlo, debemos buscar la ayuda de alguien que pueda orientarnos.
Recuerdo que cuando iba a empezar COU (el año previo a la universidad en mi época), mi padre un día me llevó a su trabajo, me metió sola en una clase con un
cuaderno y un boli y me dio toda la mañana para que por escrito contestara a varias preguntas de este tipo. No fue ninguna tontería, porque me ayudó a
pararme a pensar en ello y a ordenar mis ideas por escrito.
Supongo que mis padres se equivocaron en algunas cosas, pero este tema lo llevaron de manera ejemplar. Nunca intentaron imponerme nada, siempre me dijeron que uno en la vida tiene que hacer aquello que le gusta, porque así es más sencillo enfrentarse a las dificultades, y me ofrecieron la posibilidad de
encontrarme con personas entregadas a causas nobles, comprometidas y apasionadas. Algunos de ellos se convirtieron en referentes de aquello a lo que yo aspiraba.
En la conversación de ayer me dio la impresión de que el tema de la vocación religiosa causaba cierto recelo, como si proponérselo a los jóvenes de hoy fuera a generar rechazo sí o sí.
Se nos olvida pensar que los sacerdotes y religiosos crecieron en familias como las nuestras y que en un momento dado tuvieron que compartir con sus padres cuál era su vocación. Como familia deberíamos estar preparados para vivir un momento así o por lo menos para plantear con naturalidad la vocación religiosa como una opción más que puede hacerles felices.
El discernimiento vocacional no es un tema que pueda zanjarse en el colegio en una mesa redonda o en media docena de tutorías. Hay mucho trabajito por hacer también en casa, que es donde nuestros hijos se abren de verdad y donde podemos profundizar poco a poco en cuáles son sus talentos, cuáles sus pasiones o cuál es el sello particular que quieren dejar en este mundo. Es una tarea compleja, pero si para nuestros hijos queremos lo mejor, no debemos esquivarla, ni delegarla en otros. Amigos, ¡tenemos una misión! @amparolatre

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