Somos conscientes como nunca de la importancia de lo emocional. Los «gurús» en psicología y educación advierten continuamente de que es ésta y no otras, la gran batalla. Pero ¿cómo ayudar a nuestros hijos y a nosotros mismos en este sentido?
En el seno de la familia una es capaz de apreciar quién desborda inteligencia emocional en una determinada situación y para quien es la eterna asignatura pendiente. Pero no solo eso, las familias no son estáticas, son «seres muy vivos, en continua evolución». Y por eso los saltos hacia adelante de unos pueden coincidir con los bloqueos de otros. Así que los padres no podemos permitirnos el lujo de no tener habilidades de este tipo. En nuestro papel de padres va el de ser también un poco psicólogos.
Siempre me genera cierto rechazo escuchar comentarios despectivos hacia los psicólogos, porque pienso que si todos recurriéramos a un buen profesional cuando nos sentimos desbordados, otro gallo cantaría. La soberbia o la inseguridad, a veces impide a los adultos poner en orden cosas del pasado o arreglar cojeras, pero cuando a quien tenemos delante es un menor, debemos dejar estas actitudes – por otro lado infantiles- a un lado e intentar ofrecer todas las herramientas que podamos para que nuestros hijos tengan el mayor equilibrio e inteligencia emocional que sea posible.
Como decía, esta es la teoría, lo que se repite aquí y allá. Pero cómo llevarlo a la práctica. Pues si uno busca, encuentra. Al final se trata de sencillas técnicas de comunicación planteadas a modo de juego para invitar a todos los miembros de la familia a ir deshaciendo el ovillo que cada uno lleva dentro.
Nosotros, este fin de semana hemos hecho una actividad que plantea en su blog otra mamá bloguera y he de decir que ha tenido bastante éxito.

Anoche dejé en la mesa del comedor cinco cuartillas con el nombre de cada uno de nosotros. La cosa ha sido tan simple como dar la mañana de hoy para que cada uno escribiera a su ritmo, en el momento que quisiera, en el resto de cuartillas las emociones positivas que los comportamientos del resto provocan en nosotros. Éstas son algunas de las que me he encontrado a mediodía en el papel con mi nombre:
- «Me gustan mucho esos abrazos que me das sin motivo y que me hacen sentir bien.
- «Me gusta la sonrisa que casi siempre tienes en la cara».
- «Estoy contenta cuando tú estás».
- «Me gusta mucho que me escuches».
Yo a ellos también les he dicho muchas cosas:
- «Tu ternura me transmite mucha energía».
- «Tú sonrisa me da paz».
- «Me siento orgullosa cuando ayudas a tus hermanos».
- «Me divierte que me cuentes tus cosas».
No es nada del otro mundo lo que nos hemos dicho, pero os puedo asegurar que a todos nos ha gustado leer lo que los demás han plasmado en el trozo de papel que llevaba nuestro nombre. Las urgencias diarias pueden provocar que olvidemos contarnos las cosas verdaderamente importantes. A veces se trata solo de encontrar el momento para darle un empujón a la comunicación.