Hace unos días Rosalía, cantautora y actriz española, lanzó el primer sencillo de su álbum Lux. Esta pieza se llama “Berghain” y, tanto la canción como el video han causado muchos comentarios en la web, la mayoría relacionados con los símbolos cristianos que aparecen.
Aleteia conversó con Manu Kasten, músico católico y asesor creativo, para profundizar en esta nueva canción y los significados que podemos encontrar. Aunque no sabemos qué canciones más saldrán en el álbum, sí podemos analizar si su primera canción podría ser un indicio de su giro musical; e incluso de su desarrollo personal.
Aleteia: ¿Qué símbolos podemos encontrar en el videoclip?
Manu: Desde el inicio, el espectador percibe una atmósfera familiar para cualquier creyente: detrás de la puerta, un denario; en el trinchador, una imagen de la Virgen María; en la pared, un ícono de Cristo.
En primer plano, Rosalía sostiene un dije en forma de corazón, viste de blanco y plancha una tela roja. Los colores no son casuales: el blanco, símbolo de pureza y presencia divina; el rojo, signo del amor que se entrega hasta el sacrificio.
Los pequeños detalles —una cruz en los zapatos, un cuadro del Sagrado Corazón, unas alas dibujadas en sus cejas— construyen un entorno de intimidad espiritual: una mujer que, desde lo cotidiano, comienza a mirar su mundo interior con una nueva luz.
¿En qué idiomas canta Rosalía en esta nueva pieza?
El video mezcla tres lenguas: alemán, español e inglés.
En alemán, Rosalía canta: “Su miedo es mi miedo, su rabia es mi rabia, su amor es mi amor, su sangre es mi sangre.” Es una frase que remite a san Pablo: “Ya no soy yo quien vive, sino Cristo quien vive en mí”. La artista parece hablar desde una experiencia de empatía mística, compartiendo el miedo y el amor de Aquel que entregó su sangre.
Más adelante, en español, se confiesa: “Yo sé muy bien lo que soy. Ternura pa’l café, solo soy un terrón de azúcar”. Una metáfora de humildad y autoconocimiento.
En inglés, llega la súplica: “The only way to save us is through divine intervention”. Lo divino se invoca, pero enseguida choca con un verso carnal y desconcertante. Ese contraste revela la tensión que atraviesa toda la obra: el deseo de redención y la herida del deseo humano.

¿Qué gestos podemos encontrar en el video?
A lo largo del video, Rosalía realiza gestos domésticos —arrodillarse, lavar, tender la cama— que adquieren tono ritual. Parecen signos de quien busca ordenar su vida interior.
[Incluso, hay] una versión distorsionada de Blancanieves. Al morder la manzana, la artista pierde la inocencia, sale del mundo de fantasía y entra en la conciencia del dolor. Como en el relato bíblico del Génesis, la manzana no solo representa la caída, sino el despertar a la realidad: saber quién se es, con luces y sombras.
El desenlace es profundamente espiritual: Rosalía se transforma en una paloma mitad blanca y mitad negra, signo de aceptación e integración. Ya no se disfraza de pureza perfecta ni de oscuridad total; se reconoce entera, humana, frágil y luminosa a la vez.
¿Busca provocar o rendir homenaje a la tradición católica?
Tal vez ambas cosas.
Rosalía parece hablar desde la intimidad espiritual de quien ha sido tocada por lo sagrado, aunque no necesariamente desde una fe doctrinal. Su obra no ridiculiza los símbolos religiosos, sino que los utiliza como lenguaje para narrar un proceso interior.
¿Qué podemos deducir de este video?
Resulta llamativo que una artista de su magnitud vuelva la mirada hacia los símbolos cristianos en un contexto cultural que suele rehuir lo trascendente.
Más allá de sus intenciones, Berghain pone sobre la mesa una necesidad espiritual latente: el anhelo de algo que redima el dolor, que dé peso y sentido al corazón.
[Aunque] conviene mirar esta obra con prudencia, ya que es evidente que Rosalía conoce bien el lenguaje de la fe católica y se siente interpelada por él. Pero, el límite entre la inspiración espiritual y el uso estético de lo sagrado es delgado. Cuando lo religioso se convierte en estrategia de imagen o marketing, corre el riesgo de vaciar de contenido lo que intenta evocar.
Por eso el discernimiento es clave: no se trata de juzgar a la artista, sino de mirar con profundidad qué provoca su obra en quien la contempla.











