La vida no viene con instrucciones, y criar hijos tampoco. Cada padre y madre desea que sus hijos sean felices, pero la felicidad no depende de que todo les salga bien, sino de que sepan levantarse cuando las cosas se complican.
No podemos evitarles los tropiezos, las decepciones ni los desafíos, pero sí podemos darles herramientas para enfrentarlos con fortaleza, empatía y esperanza. Enseñarles a vivir es, en el fondo, el mayor acto de amor: prepararlos no para un camino fácil, sino para que tengan el corazón, la mente y el carácter para recorrer cualquier camino.
Un desarrollo pleno y consciente

Al crecer, los hijos se irán enfrentando a nuevos retos, conforme vayan madurando y para que puedan enfrentarlos de la mejor manera posible, es necesario prepararlos y qué mejor desde casa.
Enseñar y preparar a nuestros hijos para la vida adulta, no necesariamente significa prepararles el camino, sino más bien prepararlos para el camino de la vida.
Valores fundamentales que fortalecen el carácter
Existen valores o hábitos que en ocasiones pasan por alto. Muchas veces, pensamos que son pequeños para aprender nuevos hábitos. Sin embargo, durante la infancia, es la mejor edad en la que pueden percibir nuevos aprendizajes, de modo que los valores no deben pasar desapercibidos como:
- Responsabilidad: asumir consecuencias y compromisos.
- Honestidad: decir la verdad incluso cuando cuesta.
- Respeto: hacia los demás y hacia uno mismo.
- Empatía: comprender y cuidar a otros.

El valor de la independencia
Si bien, para poder enseñar dichos valores, es necesario que estos sean enseñados con amor y con el fin de que un día, ellos puedan hacerlo solos.
Existe el método de María Montessori, el cual enseña a los niños a hacer las cosas por sí solos a una edad temprana, en donde el papel de los padres es acompañarlos en dichas actividades, sin hacerlo todo por ellos, sino más bien enseñar con el ejemplo a los hijos para que puedan aplicarlo.
Al equilibrar el acompañamiento, favorecemos a su autonomía, es también respetar su proceso y también ser pacientes cuando realicen alguna actividad, permitiendo que se equivoquen sin exaltarse, hasta que poco a poco tengan la autonomía suficiente.

Sobreprotección vs apoyo emocional

Amar a los hijos no significa evitarles todo dolor o dificultad. A veces, en el deseo profundo de protegerlos, los padres terminan privándolos de las experiencias que los ayudan a crecer.
La sobreprotección nace del miedo: miedo a que sufran, a que se equivoquen, a que el mundo los lastime. Pero en ese intento de evitarles tropiezos, se les quita la oportunidad de desarrollar autonomía, seguridad y resiliencia.
Un niño que siempre tiene a alguien resolviendo sus problemas, difícilmente aprenderá a resolverlos por sí mismo. No sabrá tolerar la frustración ni confiar en sus propias capacidades.
Por el contrario, cuando los padres practican el apoyo emocional, acompañan sin intervenir en exceso. Están presentes para escuchar, orientar y contener, pero permiten que el hijo viva sus propias experiencias, tome decisiones y asuma las consecuencias.
Recuerda que, educar no es moldear, sino acompañar a descubrir quiénes son y cómo pueden aportar al mundo con amor y fortaleza.










