Antonio nació en 1807, en una familia de 11 hermanos, siendo él el quinto. Sus padres, Juan Claret y Josefa Clará, eran piadosos y muy devotos del Santísimo Sacramento, por lo que todos sus hijos fueron bautizados y educados en la fe.
“Desde muy pequeño me sentí inclinado a la piedad y a la Religión (...) ¡Con qué fe asistía a todas las funciones de nuestra santa Religión! Las funciones que más me gustaban eran las del Santísimo Sacramento: en éstas, a que asistía con una devoción extraordinaria, gozaba mucho”, escribió en su autobiografía.
Esa fe que vivió en casa lo llevó a recibir un primer llamado vocacional: aún siendo un niño manifestó el deseo de ser sacerdote. Comenzó a recibir clases con un padre pero al poco tiempo, a sus 12 años, las clases cesaron y él entró a la fábrica familiar de hilos y tejidos, a realizar todo tipo de trabajos con su padre.
Antonio se entregó a su trabajo y realizó sus labores con entrega y disposición. “Lo hacía todo tan bien como sabía para no disgustar en nada a mis queridos padres, a quienes amaba mucho y ellos también a mí”, escribió.
Un prodigio en la industria
La dedicación con la que Antonio se entregó a sus labores, unida a los dones recibidos por Dios, resultaron en una buena fama dentro de la industria que comenzó a extenderse por la región. El santo dejó su pueblo para trasladarse a Barcelona, lo cual, además de éxito y prestigio también trajo un beneficio económico a él y a la familia.
“Se extendió por Barcelona la fama de la habilidad que el Señor me había dado en la fabricación. De aquí es que algunos Señores llamaron a mi Padre y le dijeron que sería del caso que formásemos una compañía y pusiésemos una fábrica a nuestra cuenta. Esta idea halagó muchísimo a mi Padre, porque contribuía al mayor desarrollo de la fábrica que ya tenía; me habló y me propuso las ventajas que resultarían y la fortuna que me convidaba”. (n.63)
Durante esta época, Antonio describe que su vida de fe se resintió; y aunque oraba y frecuentaba los sacramentos, no lo hacía con el mismo fervor que antes. “Todo mi objeto, todo mi afán, era la fabricación”, reconoció.
Aún en Misa, sus pensamientos se dirigían hacia su profesión, hacia mejoras y nuevas ideas, al grado que reconoció: “Durante la Misa tenía más máquinas en la cabeza que santos no había en el altar”.
Un versículo que cambió corazón
A pesar de sus dificultades para vivir plenamente la Santa Misa y de encontrar tanto aprecio por las cosas del mundo, un día, una frase llamó su atención. “¿De qué le servirá al hombre ganar el mundo entero si pierde su vida?" (Mt 16,26).
Este versículo bíblico lo conmovió profundamente. En su biografía describe que fue “una saeta que me hirió el corazón; yo pensaba y discurría qué haría, pero no acertaba”.
Esta honda impresión se unió a otros signos con los que el Señor, poco a poco, lo fue llamando. Conmovido por este versículo, buscó ayuda en el claustro de san Felipe Neri, en donde un sacerdote lo animó a estudiar latín.
“Se despertaron en mí los fervores de piedad y devoción, abrí los ojos, y conocí los peligros por donde había pasado de cuerpo y alma”, narra el santo.
En este momento, Antonio reconoció la protección de la Virgen María, que lo había salvado de morir ahogado en el mar el verano reciente y la Misericordia de Dios, que lo rescató del mundo y lo libró de numerosos peligros.
Su búsqueda de la verdadera felicidad

Fastidiado del mundo y convencido de que la felicidad solo la encontraría en Jesús, dejó la fábrica y manifestó su vocación sacerdotal a su padre. Él, hombre de fe, se entristeció pero apoyó su decisión.
Antonio María Claret se ordenó sacerdote el 13 de junio de 1835. Recorrió a pie toda Cataluña y Canarias como misionero y predicador incansable. Atendió amorosamente a los pobres y enfermos. Fue arzobispo, confesor de la reina, fundador de los Misioneros Hijos del Inmaculado Corazón de María y de la Congregación de las Religiosas de María Inmaculada Misioneras Claretianas, y participó en el primer Concilio Vaticano.
A este santo, que pasó del éxito en la industria textil a la vida de pobreza y servicio del sacerdocio, lo recordamos cada 24 de octubre.











