Una manita que abofetea en lugar de acariciar, un mordisco inesperado en el hombro de mamá, un golpe a un compañero de la guardería... Estos pequeños gestos, a veces violentos de un hijo, suelen sorprender a los padres jóvenes. ¿Hay que preocuparse? Detrás de estos comportamientos desconcertantes, a menudo se esconde un niño pequeño que está descubriendo tanto a sí mismo como a los demás.
Entre la sorpresa, la ira y la culpa, la reacción de los padres

Cuando un bebé muerde o golpea, la primera reacción de los adultos suele ser emocional: ira, vergüenza o sensación de fracaso. Espontáneamente, queremos calificar el gesto y, a veces, responder con un tono duro o incluso con un gesto de enfado. Vanessa Castang, psicóloga, ha trabajado durante varios años en hogares infantiles.
Para ella, la reacción espontánea de injusticia de los padres, aunque humana, no se adapta a lo que vive el niño:
"Lo que proyectamos sobre él no se corresponde con lo que siente. No se trata de una agresión, sino de una expresión de tensión o frustración que aún no sabe canalizar".
En otras palabras, nuestros sentimientos como adultos —la injusticia, la vergüenza— no reflejan en absoluto la intención del pequeño. Comprenderlo es el primer paso para reaccionar de forma adecuada.
Comprender el cerebro del niño
Marion, madre de seis hijos, observa con preocupación a su hija Victoire, de dos años y medio, que a menudo muerde para defenderse. La niña aún no ha adquirido completamente el lenguaje, y estos gestos reflejan lo que no puede expresar con palabras. Antes de los tres años, los niños aún no tienen acceso al lenguaje como principal medio de comunicación.
Cuando muerde, golpea o grita, a menudo busca responder a una emoción (ira, miedo, frustración) o reducir la tensión interna. Su cerebro, aún inmaduro, recurre a mecanismos primitivos e impulsivos que todos compartimos en mayor o menor medida.
"La esfera oral es la primera zona de exploración del bebé. Descubre el mundo a través de la boca: se lo lleva todo a la boca, lo prueba, muerde. No se trata solo de agresividad, sino también de una forma de abarcar, de explorar", explica la psicóloga.

Cómo reaccionar: calma, contexto y benevolencia.
Ante un acto de violencia o un mordisco, la mejor reacción es mantener la calma. No es fácil, pero es esencial. Se trata de nombrar la emoción ("estás enfadado", "estás frustrado"), tranquilizar a la víctima y luego explicar con firmeza, pero sin enfadarse: "No se pega, no se muerde".
"Es a través de nuestra actitud y nuestras palabras que el niño comprenderá que hay otras formas de expresar sus emociones", subraya Vanessa Castang.
Los adultos deben ser los garantes de la seguridad: establecer un marco claro y constante, ya que es este marco el que protege y estructura. La firmeza no es contraria a la benevolencia: es su fundamento. "Si nos dejan en medio del desierto sin puntos de referencia, vamos en todas direcciones. El marco es lo que permite al niño construirse a sí mismo", añade la psicóloga.
Cuándo consultar: si el comportamiento persiste después de los 3 años

Virginie es la madre de acogida de Louis, un niño de 3 años que acaba de empezar la escuela. Curioso por todo, todavía se lleva a la boca cosas que no debería y muerde cuando se siente molesto. Bajo el seguimiento de una psicomotricista, Louis aprende poco a poco a canalizar sus emociones. "A veces se me olvida que solo tiene dos años y medio", confiesa Virginie. "Tiene actitudes provocadoras, pero su cerebro aún está en desarrollo. Morder es a menudo su forma de decir que se siente herido o burlado".
Morder o pegar antes de los 3 años es frecuente, sobre todo en niños que aún no han adquirido el lenguaje. Estos gestos forman parte del desarrollo normal de un bebé. Sin embargo, si el comportamiento persiste al entrar en la escuela, puede ser útil consultar a un psicomotricista o a un profesional del desarrollo infantil.
"Al empezar la escuela, el niño entra en el colectivo y aprende los códigos sociales. Si los gestos violentos siguen siendo frecuentes, esto puede indicar una dificultad en el desarrollo del lenguaje o en el control de las emociones", subraya Vanessa Castang.
Por lo tanto, su bebé no es "malo" cuando muerde o golpea. Expresa, a su manera, un desbordamiento de emociones que aún no sabe expresar con palabras. El papel de los padres es entonces traducir: poner palabras, establecer un marco y dar ejemplo.











