El arte logra expresar a veces conceptos y esencias que se les escapan a las ciencias y las técnicas. Compruébalo contemplando las pinturas y las palabras con las que la cisterciense Isabel Guerra muestra lo que es la esperanza.
Esta monja contemplativa ha pintado 21 obras originales sobre esta virtud teologal a la que está dedicado el Jubileo de este año 2025.
Se exponen en el Salón del Trono del Alma Mater Museum de Zaragoza desde el 4 de octubre hasta el próximo 8 de diciembre.
Con su experimentada técnica realista, una innovadora creatividad y la sensibilidad y sabiduría que ha desarrollado en el silencio del monasterio en el que vive, Guerra ayuda a confiar en lo que vendrá.

Además de las pinturas, la artista ofrece palabras. E invita a descubrir en el símbolo del ancla el arraigo y el dinamismo de la esperanza.
“Tiene el ancla una forma que me resulta singular -escribe Guerra en su presentación de la exposición-. Me recuerda, o más bien me sugiere, una cruz alada”.
El “firme arraigo” del ancla, apunta la religiosa, “hace posible elevarse sin miedo sobre un suelo, que ella penetra sin dificultad, con el poder de su punzante peso”.
El peso de la verdad
“Creo que es el peso poderoso de la verdad; nada puede arrastrar la verdad -afirma-. La luz es su irradiación y nada puede oscurecerla, porque nace como el sol cada mañana, para derrotar con su vigor las mentiras de la noche”.
Guerra advierte que las sombras que provoca la mentira “se visten de luciérnaga y bailan ante el mundo el despilfarro de su vida”.
“Quien no vive para ser, se pierde jugando en un mundo de apariencias”, sentencia
La apariencia del “somos y tenemos”, constata la religiosa, “nos aparta de vivir en la esperanza”.
La sabiduría de seguir esperando

“Solo espera el que no tiene lo que anhela”, continúa. Y se pregunta si una sociedad “tan de rebaño inconsciente del destino a que es conducido, sabe todavía a lo que debe aspirar”.
Guerra habla de una “corriente que se lleva todo al paso de su furia”, en “un oscuro mundo de insidia y de violencia que no puede soportar el Amor a que conduce la esperanza”.
Y añade que “quien conoce sus carencias siente la necesidad de encontrar un firme apoyo”.
Ancla y cruz
Ese apoyo es como “el ancla que abre sus brazos”, como el madero con una sangre que limpia “las aguas corrompidas por aquellos que ocultan su miseria arrojando a la mar el desperdicio de su vida, esa vida que ya no conoce la esperanza”.
Guerra explica que “la esperanza que nos hace surcar el tiempo firmemente abrazados a un madero clava su victoria en nuestro suelo, entre nosotros, para que escuchemos la voz de aquel a quien sostiene”.
Se refiere a Cristo, “el que más allá de los cielos habita, ofreciéndonos siempre el ancla de su mano que nos ayude a volar en esperanza”.
E invita a dejarse elevar por Él, porque “vivir en la intrepidez del ancla alada, esperanza inamovible, es el dinámico viaje hacia lo eterno”.












