Las recientes inundaciones que azotaron los estados de Veracruz, Hidalgo, San Luis Potosí, Querétaro y Puebla, han dejado tras de sí un rastro de devastación: viviendas destruidas, caminos incomunicados y, en medio del lodo, las imágenes más conmovedoras no son las del desastre, sino de la fe viva que se hace refugio:
Una parroquia abierta toda la noche para resguardar a las familias.
Chicos de pastoral juvenil cargando víveres por caminos anegados.
Religiosas que oran con las víctimas en silencio, mientras el agua sube.
Una tragedia que toca el corazón de México
El Servicio Meteorológico Nacional reportó que, en tan solo 72 horas, algunas zonas del Golfo recibieron más de 300 mm de lluvia, equivalentes a todo un mes de precipitación.
Las crecidas de los ríos Pantepec, Tuxpan y Papaloapan afectaron decenas de comunidades rurales, especialmente en áreas marginadas donde la pobreza amplifica el daño.
Cáritas México y las diócesis de Tuxpan, Tulancingo y Tehuacán fueron de las primeras en movilizarse. En cuestión de horas, voluntarios levantaron centros de acopio, distribuyeron alimentos y, sobre todo, ofrecieron acompañamiento espiritual a quienes lo perdieron todo.
El obispo de Tuxpan, Mons. Roberto Madrigal, afirmó en un mensaje: “La Iglesia no solo lleva víveres, lleva consuelo. Cada Misa celebrada en medio del lodo es un acto de esperanza”.
La fe como techo cuando todo se derrumba
Cuando hay un desastre natural como este, la primera reacción del corazón es: ¿Por qué Dios permite esto?
Pero es allí cuando comienza el milagro silencioso de la fe. Los templos ya no son solo refugios físicos, también son espirituales para dar sentido al sufrimiento, para tratar de entender, aceptar, tomar fuerzas y seguir.
Los salmos resuenan con fuerza: “Tú eres mi roca y mi fortaleza… aunque se desborde el torrente, no temeré” (Sal 46, 2-3).
Lo que vemos en Veracruz, Hidalgo y Puebla es una Iglesia que no huye del sufrimiento, sino que entra en él. El agua destruye paredes, pero no puede borrar la caridad.
Y es que, en medio de la devastación por las lluvias, la Iglesia abre sus puertas como hogar para los que lo perdieron todo. Entre el lodo y el silencio, la caridad se vuelve el lenguaje más fuerte.
Allí donde el agua destruyó, la fe reconstruye. Donde el miedo paralizó, la esperanza camina descalza, pero firme. Porque el cristiano sabe que después de la tormenta no sólo vuelve el sol: vuelve Dios, que nunca se fue.
Toda ayuda es necesaria
Aún falta mucho por hacer y rescatar así que la Iglesia mexicana, por medio de Cáritas, exhorta a todas las personas de buena voluntad a sumarse y apoyar.
Para más información sobre cómo ayudar puedes dar clic aquí.










