Quienes acostumbran a ir a Misa los domingos y ponen suficiente atención a las lecturas, se dan cuenta de que el ser humano ha sido el mismo desde que Dios creó a Adán y a Eva. La fe mueve a las personas, y quien es justo y confía en el Señor, no queda sin recompensa.
La fe del justo en Dios
Hablar de fe nos obliga a mirar a la justicia. El justo es quien se confía de lo que Dios le promete y por eso le sigue ciegamente y espera todo de Él.
Esto no significa que no discierna lo que ocurre en su vida, por el contrario, después de haber orado y reflexionado, reconoce que solo hay un camino seguro: dejar todo en manos del Señor.
Incluso, a pesar de las dificultades de la vida. Es entonces cuando se esfuerza por hacer la voluntad de Dios. Porque el mundo se empeña en poner obstáculos: crisis familiares, bajas económicas, traiciones, deslealtades, robos, asesinatos...
Cuando parece que nada tiene solución y es sometido con pruebas que lo llevan al límite, debe volver sus ojos a Dios, tal como oraba el profeta Habacuc:
"¿Hasta cuándo, Señor, pediré auxilio,
sin que me escuches,
y denunciaré a gritos la violencia que reina,
sin que vengas a salvarme?
¿Por qué me dejas ver la injusticia
y te quedas mirando la opresión?
Ante mí no hay más que asaltos y violencias,
y surgen rebeliones y desórdenes".
Pero Dios responderá

Entonces, espera que Dios intervenga par remediar los atropellos del impío. No sabe cuándo ocurrirá, por eso, la única certeza que tiene es que su fe lo sostiene.
San Pío de Pietrelcina aconsejaba: reza, espera y confía. Y lo decía por experiencia propia. Estaba seguro de que en su momento, Dios haría justicia.
El mismo profeta Habacuc da respuesta a la súplica hecha a Dios:
El Señor me respondió y me dijo:
"Escribe la visión que te he manifestado,
ponla clara en tablillas
para que se pueda leer de corrido.
Es todavía una visión de algo lejano,
pero que viene corriendo y no fallará;
si se tarda, espéralo, pues llegará sin falta.
El malvado sucumbirá sin remedio;
el justo, en cambio, vivirá por su fe".
Ante las atrocidades que vivimos actualmente, hay que esperar la intervención de Dios. En su momento, Él hará brillar al que permaneció fiel y dará su merecido al desobediente. Por eso, oremos incesantemente y pidamos por la conversión de los pecadores.
Porque, finalmente "el malvado sucumbirá sin remedio". Que Dios sea nuestro sostén y nuestro consuelo.











