Hace apenas unas décadas, la pregunta habitual era: “¿Tienes novio o novia?”. El término llevaba implícita una idea clara: aquello era un proceso en marcha, un camino hacia una meta definida. El noviazgo era un trabajo en progreso que desembocaba, tarde o temprano, en una de dos salidas: la ruptura o la boda.
En esa etapa, el compromiso estaba presente desde el principio. Se asumía que era una categoría inferior al matrimonio, pero orientada a alcanzarlo. Y eso era bueno, porque todos entendían que el noviazgo era un tiempo de discernimiento, una especie de ensayo donde se ponían las cartas sobre la mesa para comprobar si era posible acompasarse en la danza de la vida: en los valses tranquilos y también en los tangos más desordenados.
El noviazgo no se concebía como eterno ni indefinido. Tenía un horizonte. Y, en la mayoría de los casos, eran las mujeres quienes soñaban con el anillo que acompañaba la gran pregunta.

El término "pareja": un cajón desastre sin definición

Hoy la palabra ha cambiado. Ya casi nadie pregunta por "el novio" o "la novia", sino por "la pareja". Y ahí se abre un cajón de lo más variado.
El término "pareja" encierra de todo: puede aplicarse a seres vivos —una pareja de cerdos—, a objetos —una pareja de candelabros—, a figuras institucionales. De hecho, en España, si hubo una pareja muy famosa, sin lugar a dudas, fue la pareja de la Guardia Civil. Pero esa misma amplitud muestra su debilidad: es un concepto neutro, desprovisto de destino. No incluye compromiso.
En este nuevo lenguaje, la pareja se convierte en un status quo: un estado de las cosas en un momento dado, sin vocación de cambio ni horizonte definido. Quien está "en pareja" se instala en una zona estable, cómoda, sin necesidad de arriesgar ni de apostar por un futuro.

La ilusión del presente
El paso del noviazgo a la pareja no es solo un cambio de palabras. Es un síntoma de una cultura que evita definir, concretar y esperar. Se prefiere lo inmediato y lo flexible, aunque eso suponga vivir en un presente perpetuo sin norte ni final.
Y en ese presente, las peores paradas suelen ser las mujeres: quienes, esperando un compromiso, se descubren atrapadas en un vínculo que no avanza, que no madura, que no se convierte en promesa de futuro.
Quizá sea momento de recuperar la valentía de nombrar las cosas como son: de volver a hablar de noviazgo, de discernimiento, de preparación para el matrimonio. Porque en el fondo, todos sabemos que la vida no se juega en un status quo, sino en las decisiones que nos atrevemos a tomar.











