Dios nos regala bienes materiales para que no suframos carencias en este mundo porque son necesarios para vivir y hacerlo dignamente. Pero es más que obvio que existen personas que no tienen ni siquiera lo elemental para subsistir, por eso a cada uno nos toca ser administrador de lo que el Señor nos da a diario.
El pan de cada día
La cuarta petición que hacemos a Dios en el Padre nuestro es que nos dé el pan de cada día. Por eso es muy válido pedirle que nos nos abandone su divina providencia, y si es su voluntad, Él nos dará más de lo indispensable para tener una vida holgada.
Sin embargo, hay que estar conscientes de que los bienes que recibamos no son para acumularse. Debemos aprender a repartir lo que tenemos, aunque no nos sobre. No tiene caso guardar lo que alguien más puede aprovechar.
El Santo Cura de Ars decía que "Dios nos hará un juicio de fortuna", por eso, es muy recomendable que aprendamos a elaborar un plan mensual de gastos y que incluyamos cuánto destinaremos al ahorro, a los imprevistos y a la ayuda para los necesitados.
Porque lo que tenemos de sobra, en realidad pertenece a los que nada tienen, y, a veces, no es necesario ir tan lejos: nuestra propia familia puede necesitar de nuestro apoyo.

Administrador de talentos
Por supuesto, lo material es importante, pero la parte espiritual es fundamental. Cada quien deberá responder de sus talentos, habilidades, virtudes y demás cualidades que Dios le regale, porque con todo ello debe darle gloria.
Es lamentable presenciar cómo se desperdician las vidas de los jóvenes que prefieren encauzar sus esfuerzos en el tener y no en el ser. Derrochan su juventud en vicios en lugar de aprovecharla en construir una familia, una profesión, una vida dedicada a Dios mediante el servicio al prójimo.
Dios nos pedirá cuentas sobre lo que nos ha dado y lo que hemos, o no, compartido. Todos podemos ofrecer algo y ser buenos administradores: de nuestro tiempo, para acompañar al que está en soledad. De nuestros conocimientos, para enseñar al que no sabe. De nuestra sabiduría, para dar buen consejo al que lo necesita. Las obras de misericordia espirituales nos dan una gran idea de lo que podemos hacer por los demás.
Por eso, hay que rogar a Dios que nos ayude a ser generosos, porque con nuestras obras bien encaminadas tendremos lo necesario para presentarnos ante Él el día de nuestra muerte. Entonces, el Señor nos recibirá como al siervo bueno y fiel que no olvidó a sus hermanos cuando estuvieron en desgracia.










