Dios se encarga de mostrarnos el camino que debemos seguir de maneras misteriosas; y los santos son la prueba de ello. En el caso de san José María de Yermo y Parres, sacerdote mexicano que nació a finales del siglo XIX, una terrible visión le ayudó a optar por los pobres.
Un niño de clase acomodada que quedó huérfano muy pronto
José María nació en la hacienda de Jalmolonga, propiedad de su familia, en el municipio de Malinalco, Estado de México, el 10 de noviembre de 1851. Su padre, Manuel de Yermo y Soviñas, era abogado y estaba recién casado con María Josefa Parres. El santo fue su primer y único hijo, pues María Josefa murió cuando el niño tenía apenas 50 días de nacido.
El padre viudo regresó entonces a la Ciudad de México para retomar su profesión, encargando la educación de su hijo a su hermana Carmen de Yermo, quien junto con la nana Gabriela dio una firme formación cristiana al pequeño.
Educado en casa y luego en colegios particulares, José María fue ejemplo de aprovechamiento escolar tan notable, que el emperador Maximiliano le dio una condecoración.
Sin embargo, empezaba a vislumbrar su vocación. A los 16 años ingresó a la Congregación de la Misión para ser sacerdote. Los primeros años fue misionero, pero luego de algunas dificultades y problemas con su salud, fue enviado a su casa, y cuando se le creyó apto para volver, lo enviaron como Prefecto al colegio de santa María de Granaditas en Guanajuato, México.
Su desempeño fue tan bueno que el 27 de febrero de 1876, Mons. José María de Jesús Díez de Sollano y Dávalos, primer obispo de León, le confirió las cuatro órdenes menores. Pero después de diez años dentro de la Congregación discernió que la vida religiosa no era para él y se fue al Seminario Conciliar de León, Guanajuato. El l 24 de agosto de 1879 fue ordenado sacerdote por el mismo obispo, que era, además, su tío.
Una visión decisiva
El padre Parres comenzó a ejercer su ministerio entre la clase acomodada: era un elocuente orador, daba catecismo, brindaba dirección espiritual - para lo que era muy solicitado - y al morir su tío, fue elevado al cargo de prosecretario de la Mitra y luego a secretario de cámara y gobierno. Sin embargo, al llegar el nuevo obispo, Don Tomás Barón y Morales, todo cambió para el padre José María.
Monseñor Barón y Morales lo destinó a dos capillas extremadamente pobres: El Calvario - que él ya conocía - y el Santo Niño. Un día que iba de camino, tuvo una terrible visión que lo dejó aterrorizado: dos recién nacidos eran devorados por unos puercos.
¿Qué situación desesperada atravesaría la familia de esos desdichados pequeños? La sensibilidad del santo sacerdote fue tocada hasta el fondo; entonces, entiende que Dios le pide que ponga remedio: decide consagrar su vida a los pobres y abandonados, fundando una casa de acogida con la ayuda de cuatro valientes mujeres.
Un apóstol de ardiente caridad
Con la autorización de su obispo, el 13 de diciembre 1885 inaugura el Asilo del Sagrado Corazón en la colina del Calvario. Y comienza una familia religiosa: las Siervas del Sagrado Corazón de Jesús y de los Pobres.
Su obra, llena de sacrificio, amor, abnegación y sufrimiento fue incansable. Pero la enfermedad, las humillaciones, los problemas y las falsas acusaciones fueron haciendo mella en su cuerpo.
A los 53 años, su ardiente caridad dejaba tras de sí escuelas, hospitales, casas de descanso para ancianos, orfanatos y una casa para la regeneración de la mujer prostituida. Además, logró aún enviar a sus religiosas misioneras hasta la Sierra Tarahumara, en el norte de México.
José María de Yermo y Parres falleció santamente el 20 de septiembre de 1904 en la ciudad de Puebla de los Ángeles. El papa san Juan Pablo II lo beatificó el el 6 de mayo 1990 en la Basílica de Nuestra Señora de Guadalupe en la ciudad de México, y lo canonizó en Roma el 21 de mayo del 2000.





