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Tres santos con un gran sentido del humor

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Daniel Esparza - publicado el 09/09/25
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La alegría del Evangelio puede desbordarse en risas, ya que la santidad no excluye el ingenio, la alegría o la despreocupación. Conoce a estos santos con humor

No solemos imaginar a los santos riendo. El arte sacro suele representarlos en actitud de tranquila contemplación, con el rostro vuelto hacia el cielo, solemnes y serenos. Sin embargo, la santidad no es incompatible con el humor. De hecho, la alegría del Evangelio puede desbordarse en risas, recordándonos que la santidad no excluye el ingenio, la alegría o la despreocupación. He aquí tres santos cuyo humor formó parte de su testimonio.

1San Felipe Neri (1515-1595)

San Felipe Neri (1515 - 1595)

Conocido como el "Apóstol de Roma", Felipe Neri reunía a la gente con su calidez, su música y su guía espiritual. Pero era su humor lo que lo distinguía. Una vez se afeitó la mitad de la barba antes de una ceremonia importante, simplemente para evitar que los demás lo trataran con demasiada seriedad. Sus bromas, a menudo a costa suya, enseñaban humildad y aflojaban el yugo del orgullo. "La alegría fortalece el corazón y nos hace perseverar en una vida buena", aconsejaba. Para Felipe, la risa era una medicina para el alma y un puente hacia Dios.

2Santa Teresa de Ávila (1515-1582)

Teresa, la gran reformadora y mística carmelita, tenía un ingenio agudo además de una profunda vida de oración. Una vez bromeó con sus hermanas diciendo: "Señor, líbranos de los santos con cara de pocos amigos". Cuando el carro en el que viajaba volcó en el barro, se dice que le dijo a Dios: "Si así es como tratas a tus amigos, ¡no me extraña que tengas tan pocos!". Su humor brotaba de la confianza: podía burlarse con Dios porque lo conocía como amigo. Incluso en medio de la reforma y las dificultades, la risa de Teresa recordaba a su comunidad que la santidad no sofoca la alegría, sino que la amplía.

3San Juan XXIII (1881-1963)

POPE JOHN XXIII
San Juan XXIII.

Este querido Papa se ganó los corazones con su amabilidad pastoral y su humor espontáneo. Cuando le preguntaron cuántas personas trabajaban en el Vaticano, respondió: "Aproximadamente la mitad". En otra ocasión, le dijo a un periodista: "Los hombres son como el vino: algunos se vuelven vinagre, pero los mejores mejoran con la edad".

Su alegría suavizó las tensiones e hizo que la Iglesia fuera más accesible en una época de cambios. Detrás de las bromas había una profunda convicción: la alegría cristiana no era una máscara, sino una expresión de fe en la Resurrección.

Un fruto del Espíritu Santo

El humor, vivido correctamente, refleja una libertad arraigada en el amor de Dios. Evita que la ambición se convierta en arrogancia y nos ayuda a vernos a nosotros mismos con sinceridad. Como enseña el Catecismo, "la alegría es uno de los frutos del Espíritu" (CEC 1832). Estos santos nos recuerdan que la alegría no es una distracción de la santidad, sino un signo de ella.

Las risas de Felipe, Teresa y Juan XXIII siguen invitándonos a vivir nuestra fe de una manera más ligera y libre. Su humor nunca fue cruel ni descuidado, sino un don que elevaba los corazones hacia Dios. En un mundo a menudo marcado por la pesadez, su alegre ingenio sugiere que la santidad no solo consiste en un esfuerzo serio, sino también en la gracia de sonreír, incluso a nosotros mismos.

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