La dedicación de tantos educadores -padres, profesores, guías…- que enseñan a vivir la vida es un gran regalo. A veces solo vemos las limitaciones de los monitores, de las familias,… o lo que podría hacerse mejor en las escuelas. Sin embargo, el amor se derrocha, hoy y siempre, a través de la educación. La Madre Alberta, fundadora de la congregación de religiosas Pureza de María, supo verlo y agradecerlo. Y después, también, fundar una gran obra educativa. En una meditación sobre la importancia de la educación que escribió a finales del siglo XIX, dejó esta oración que cualquiera puede hacer suya para agradecer por la educación recibida y por tanta vida transmitida en tantos lugares y momentos.
Oración
A Vos, Dios mío, debo el beneficio de la vida;
a mis padres y maestras el de la educación.
Vuestra Providencia me ha puesto en el mundo,
la educación me ha enseñado a vivir.¿Cómo os daré gracias por tantas bondades?
Muchos están en el mundo como plantas sin cultivo.
Yo ya fui cuidada desde mi niñez,
y hasta el presente no han cesado los desvelos de mis padres,
ni de las Hermanas que están encargadas de mi educación.Con los conocimientos que el mundo llama útiles he bebido,
los que me han de hacer feliz mientras viva y más tarde bienaventurada.
Sólida es la educación que recibo, porque es profundamente cristiana.Siempre he tenido un ángel a mi lado,
cuando duermo velando y cuando despierto vigilando.¡Qué caudal de verdades guardaría si no las hubiera olvidado!
¡Qué fijeza de principios si los hubiera cimentado en mi corazón!…Lo digo con sentimiento:
unas veces indócil y otras olvidadiza, no he cultivado la buena semilla
que en mi alma han depositado mis padres y cuantos les han representado.Comprendo la necedad del orgullo y la injusticia de la rebeldía,
y me confundo al recordar que he sido víctima inconsciente de su perversidad.Pero con vuestra gracia, Dios mío, y la intercesión de santa Úrsula,
me esforzaré en ser dócil y obediente como ella lo fue.
Madre Alberta
Alberta Giménez nació en las islas Baleares el año 1837. Se formó como maestra en Barcelona y ejerció la docencia en Palma de Mallorca.
Se casó con su profesor, Francisco Civera. Juntos organizaron en su casa una escuela privada. Tuvieron cuatro hijos, aunque solo uno de ellos llegó a la edad adulta.
En 1869 quedó viuda y se consagró a Dios como salesa. Sin embargo, el obispo le invitó a hacerse cargo del colegio de la Pureza de María Santísima, que pasaba una crisis.
Alberta aceptó dirigir el centro y lo renovó. Para afianzarlo, fundó en 1874 la obra de la Pureza.
Sus religiosas atienden hoy, en América, África y Europa, a más de cincuenta mil personas, sobre todo en colegios.
La Madre Alberta murió en Palma de Mallorca en 1922. La Iglesia la considera venerable y está abierto su proceso de beatificación.
Entre sus enseñanzas, sus hijas espirituales destacan en su web: “Dios llama a nuestro corazón… algo quiere. Escucharle y aceptar su voluntad es lo que nosotros tenemos que hacer; de lo demás Dios cuidará”.












