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¿Qué es la verdadera humildad? el ejemplo de san Juan Diego

Juan Diego

San Juan Diego

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Luis Carlos Frías - publicado el 11/07/25
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Santa Teresa de Jesús nos dejó en su libro Moradas del Castillo Interior lo que es la verdadera humildad: “Andar en verdad” (VI.10.7). Nada que ver con complejos de inferioridad, ni absurdo prurito o escrúpulo de reconocer que somos amados por Dios y que a todos nos dotó de dones –diferentes, claro está–. San Juan Diego nos da ejemplo de ello

El narrador del Nican Mopohua (NM), nos presenta a san Juan Diego de la siguiente manera:

En la presentación de la obra dice que la Virgen de Guadalupe “primero se hizo ver de un indito, su nombre Juan Diego…” Y en el número 3 abunda en ello y agrega: “En aquella sazón, el año 1531, a los pocos días del mes de diciembre, sucedió que había un indito, un pobre hombre del pueblo…”

Más adelante, los servidores del Obispo y el mismo Obispo, Fray Juan de Zumárraga, lo hacen así:

- Los servidores dijeron al Obispo “cómo deseaba verlo el indito que otras veces había venido…” (n. 159)

- “Y el Gobernante Obispo, en cuanto lo oyó, dió en la cuenta de que aquello era la prueba para convencerlo, para poner en obra lo que solicitaba el hombrecito” (n. 160).

Indito, pobre hombre del pueblo y hombrecito. Así veían los demás a san Juan Diego. 

Ahora toca que él mismo se presente…

Autoconcepto del propio Juan Diego

El número 38 del Nican Mopohua confirma, en palabras de san Juan Diego, lo que de él se pensaba: “E inmediatamente en su presencia se postró; le dijo: 'Señora mía, Niña, ya voy a realizar tu venerable aliento, tu venerable palabra; por ahora de Ti me aparto, yo, tu pobre indito'”.

Como contexto a la siguiente cita conviene recordar que, habida cuenta del encargo recibido de la Virgen, Juan Diego acudió con el Obispo para presentarle la petición de la Virgen de que le construyera una “casita sagrada”; es decir, un templo. El Obispo no le cree. Juan Diego, entristecido, regresa con la Virgen y le dice lo siguiente:

"Patroncita, Señora, Reina, Hija mía la más pequeña, mi Muchachita, ya fui a donde me mandaste a cumplir tu amable aliento, tu amable palabra; aunque difícilmente entré a donde es el lugar del Gobernante Sacerdote, lo vi, ante él expuse tu aliento, tu palabra, como me lo mandaste. 

Me recibió amablemente y lo escuchó perfectamente pero, por lo que me respondió, como que no lo entendió, no lo tiene por cierto. 

Me dijo: ‘Otra vez vendrás; aun con calma te escucharé, bien aun desde el principio veré por lo que has venido, tu deseo, tu voluntad’. 

Bien en ello miré, según me respondió, que piensa que tu casa que quieres que te hagan aquí, tal vez yo nada más lo invento, o que tal vez no es de tus labios; 

mucho te suplico, Señora mía, Reina, Muchachita mía, que a alguno de los nobles, estimados, que sea conocido, respetado, honrado, le encargues que conduzca, que lleve tu amable aliento, tu amable palabra para que le crean.

Porque en verdad yo soy un hombre del campo, soy mecapal, soy cacaxtle, soy cola, soy ala; yo mismo necesito ser conducido, llevado a cuestas, no es lugar de mi andar ni de mi detenerme allá a donde me envías, Virgencita mía, Hija mía menor, Señora, Niña; 

por favor dispénsame: afligiré con pena tu rostro, tu corazón; iré a caer en tu enojo, en tu disgusto, Señora Dueña mía”. 

Para entender mejor sus expresiones, el mecapal es esa banda, normalmente de ixtle, que se coloca en la frente y cuelga hacia atrás, por la espalda. Se usa para sujetar y facilitar la carga. Y el cacaxtle es una caja de carrizos o de varas (parecida a una jaula) que se usa para llevar carga. El valor de ambos objetos no está en ellos mismos, sino en su función: ser instrumentos para carga. A final de cuentas, lo valioso es la carga misma, no el instrumento que la contiene.

Concepto que de él tiene la santísima Virgen de Guadalupe

Sin importar lo que los demás dicen de san Juan Diego, ni lo que él dice de sí mismo –y aunque todo ello es realmente cierto–, la Virgen santísima le habla con sumo cariño y le confía una misión muy importante:

a) Le habla con mucho cariño:

12. “Juanito, Juan Dieguito”

23. “Hijo mío, el menor, Juanito”

26. “Hijo mío, el más pequeño”

37. “Hijo mío el menor”

58. “El más pequeño de mis hijos”

92. “Hijito mío”

137. “Mi hijito menor”

b) Le confía una misión muy importante:

139. “Y tú, tú que eres mi mensajero, en ti absolutamente se deposita la confianza…”. 

La santísima Virgen no repara en la pequeñez de su hijito amado, sino en su humildad, su amor y servicio. Todo ello queda de manifiesto en la diligencia y devoción con la que este va a cumplir la misión encomendada.

Incluso, regresando un poco atrás, cuando Juan Diego le manifiesta a la Virgen quién es él, y le pide un relevo por alguno de los “nobles, estimados, que sea conocido, respetado, honrado” la Virgen le responde:

“Escucha, el más pequeño de mis hijos, ten por cierto que no son escasos mis servidores, mis mensajeros, a quienes encargue que lleven mi aliento, mi palabra, para que efectúen mi voluntad;

pero es muy necesario que tú, personalmente vayas, ruegues, que por tu intercesión se realice, se lleve a efecto mi querer, mi voluntad”

NC 58-59

La mayor grandeza de una persona está en la humilde verdad sobre sí misma. La Virgen ama a todos sus hijos, pero decidió confiar su misión en uno de ellos: el menor, el más pequeño. 

Ahora, volviendo los ojos al interior, podemos presentar a la santísima Virgen de Guadalupe lo que somos con humilde verdad teresiana, así como la disposición a ser su mensajero. Y, en consecuencia, vivviremos como tal a fin de que también de nosotros pueda decir la Virgen: “En ti absolutamente se deposita la confianza…” (139).

Conoce más sobre la tilma de Juan Diego

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