En la era del desplazamiento infinito y los sutiles juegos de estatus, es fácil sentir que todo el mundo es mejor, más santo o más feliz. Pero la cultura de la comparación no es nueva, y el deseo humano de medirnos con los demás no empezó con las redes sociales. A lo largo de la historia, los santos se han enfrentado a la misma tentación. Algunos fueron ignorados, incomprendidos o se les dijo que no eran suficientes. Pero en lugar de competir, enraizaron sus vidas en el amor, no en los "me gusta".
He aquí tres santos que nos demuestran que no hace falta ser el más célebre para ser profundamente fiel.
1 Santa Clara de Asís: No fue "la segunda mejor" sino diferente
Nacida en la nobleza en 1194, Clara creció en un mundo que esperaba que se casara bien y mantuviera el prestigio de su familia. Sin embargo, inspirada por la pobreza radical de san Francisco, renunció a todo, incluso se cortó el pelo como signo de su nueva vida.
Mientras Francisco se convirtió en una figura pública, predicando por toda Italia, santa Clara permaneció tras los muros del convento.
Pero no era una seguidora pasiva. Santa Clara dirigió a las Damas Pobres de San Damián con feroz convicción, defendiendo su voto de pobreza incluso contra las presiones de la Iglesia para relajarlo. Escribió la primera regla monástica conocida escrita por una mujer.
Clara no intentaba copiar a Francisco. Vivía el Evangelio como solo ella podía hacerlo: en silencio, con firmeza y con profunda alegría. Su historia nos recuerda que honrar tu propia vocación es mucho más poderoso que imitar la de otra persona.

2Santa Josefina Bakhita: De objeto a amada
Nacida hacia 1869 en Darfur, Josephine fue secuestrada a los 7 años, esclavizada y vendida varias veces, y recibió el nombre de "Bakhita", que significa "afortunada", una cruel ironía.
Finalmente fue llevada a Italia y acogida por las Hermanas Canosianas, donde fue introducida en el catolicismo y bautizada a los 21 años. Cuando sus antiguos "dueños" intentaron reclamarla, se negó a volver, y la ley italiana se puso de parte de su libertad.
Santa Josefina se unió a las Hermanas y pasó más de 40 años sirviendo en silencio: cocinando, cosiendo y recibiendo a los visitantes en la puerta del convento. La gente acudía a ella no porque fuera impresionante para el mundo, sino porque irradiaba paz.
"Se me ha dado tanto", dijo una vez, "se me quiere y se me espera". Su dignidad no se la ganó por comparación. La recibió como un regalo.
3San Juan Vianney: el párroco infravalorado
Nacido en 1786 en la Francia rural, Juan Vianney tuvo problemas con los estudios, sobre todo con el latín, y estuvo a punto de quedarse fuera del seminario.
Cuando finalmente se hizo sacerdote, le destinaron al pequeño pueblo de Ars, un lugar tan oscuro que incluso los católicos locales habían dejado de ir a Misa.
Pero san Juan no trató de impresionar. Rezaba, ayunaba y pasaba largas horas confesando. Se corrió la voz y pronto miles de personas acudían a Ars cada año. A su muerte, se había convertido en un gigante espiritual, no porque destacara, sino porque se mantuvo firme.
Vianney dijo una vez: "Cada uno de nosotros está hecho para brillar allí donde Dios nos coloca". Demostró que la santidad no necesita titulares.
Vivir sin comparaciones
Estos santos no triunfaron eclipsando a los demás. Encontraron la libertad abrazando su propio camino. En un mundo obsesionado con dar la talla, nos invitan a descansar en lo que somos y en Quién somos. Al final, la santidad no consiste en ser más, sino en ser fieles.


