El Hermano León -conocido como «la ovejita de Dios»- fue el devoto compañero, secretario y confesor de San Francisco de Asís. Acompañó a Francisco desde la reescritura de la Regla en 1223 hasta el momento en que Francisco recibió los estigmas en La Verna. Atendió a Francisco durante su última enfermedad, incluso le cuidó hasta la misma muerte. Tras la muerte de Francisco, León defendió ferozmente la visión de pobreza radical del fundador, llegando incluso a sufrir la flagelación por protestar contra el exceso de riqueza dentro de la orden. Aquí la historia de los Leos y Francis.
Casi ocho siglos después, otro León entró en la historia. El 8 de mayo de 2025, el cardenal Robert Francis Prevost de Chicago se convirtió en el Papa León XIV, el primer Papa norteamericano.
Un reflejo mutuo

Su elección siguió al papado transformador del Papa Francisco, el primero de Sudamérica. Desde diferentes orillas del Atlántico, estos dos hombres se reflejan mutuamente: ambos formados en órdenes religiosas en América Latina (uno en Argentina, otro en Perú), ambos moldeados por una profunda preocupación por los pobres, y ambos decididos a acercar la Iglesia a las raíces del Evangelio.
El nombre de León
El nombre «León» tiene peso. Al elegirlo, el Papa León XIV honró no sólo a León XIII -campeón de la enseñanza social- sino, quizá simbólicamente, quizá tangencialmente, a aquel primer Hermano León, compañero de un santo. Al igual que el fraile caminó junto a Francisco, León XIV camina en continuidad espiritual y pastoral con el Papa Francisco. La relación no es de imitación, sino de corresponsabilidad.

Como el Hermano León, el nuevo Papa parece ser, hasta ahora, un guardián de la visión más que un arquitecto del cambio. Hereda las preocupaciones de Francisco -la pobreza, el clima, la paz- y las pone en diálogo con las ansiedades contemporáneas. En sus primeras semanas, advirtió de los efectos deshumanizadores de la inteligencia artificial y habló con urgencia contra la normalización de la guerra. También actuó con decisión en frentes diplomáticos, nombrando un obispo en China y reabriendo canales de diálogo donde se habían formado muros.
Fidelidad y fe

La conexión entre el Hermano León y el Papa León XIV no tiene que ver con la cronología, sino con la vocación. Ambos vivieron su vocación al lado de gigantes de la fe. Ambos no buscaban el poder, sino la fidelidad. Y ambos recuerdan a la Iglesia que el compañerismo es también una forma de liderazgo, ya sea en los bosques del Alverna o en los salones del Vaticano.
En sus nombres encontramos algo más que una coincidencia. Encontramos un hilo -sencillo, fuerte y tejido a través de los siglos- que une al fraile que lloró la muerte de San Francisco con un Papa moderno que escucha los gritos del mundo. A través de océanos y épocas, el nombre de León habla de nuevo: de amistad, de valor y de servicio tranquilo y duradero.


