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Ser un relicario de Cristo debe convertirse en nuestra meta

Perdonar es liberador.

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Mónica Muñoz - publicado el 25/06/25
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La vida es efímera y a cada momento deberíamos recordarlo: Cristo vive en nosotros y hay que ser dignos, como un relicario que guarda en sí algo precioso

La vida es un regalo que tiene principio, pero también tendrá un final. Tarde o temprano nos encontraremos de frente con nuestro Señor y daremos cuenta de nuestros actos, pensamientos, palabras y omisiones. Y veremos con claridad que tuvimos la oportunidad de ser un relicario portador de Cristo y que, quizá, no la aprovechamos.

Así lo dice el Salmo 90:

"Nuestra vida dura apenas setenta años, y ochenta, si tenemos más vigor: en su mayor parte son fatiga y miseria, porque pasan pronto, y nosotros nos vamos".

Creer que podemos prolongar nuestros años con tratamientos de eterna juventud es una ilusión vana. Solo Dios es el dueño de la vida.

Ser dignos de Cristo

Hay que recordar también que Dios nos hizo para Él. Pero el ser humano con frecuencia olvida esta realidad y elige separarse de su Señor. Y, lamentablemente, su comportamiento demuestra que su fe es débil o inexistente.

Entonces, cuando el ser humano desconoce su origen, pierde el rumbo y el sentido de su vida. Y las malas decisiones que toma le van convirtiendo en enemigo de Cristo.

Por eso, mientras tenga vida, Dios le enviará señales para que vuelva a Él: una palabra, un testimonio, un accidente o algún infortunio... todo lo que Él permita que ocurra será para su bien espiritual.

Y, sobre todo, para pulir nuestro comportamiento de todos los pecados y defectos que nos afean y ser más dignos de Cristo. Así, cuando nuestra fe sea suficiente como para entender que el amor de Dios se manifiesta a través de la prueba, haremos lo que dice san Pedro:

"Por eso, ustedes se regocijan a pesar de las diversas pruebas que deben sufrir momentáneamente: así, la fe de ustedes, una vez puesta a prueba, será mucho más valiosa que el oro perecedero purificado por el fuego, y se convertirá en motivo de alabanza, de gloria y de honor el día de la Revelación de Jesucristo" (1 Pe 1, 6-7).

Seremos el relicario de Cristo

Al final de nuestra vida, habiendo vencido las tentaciones del demonio y si nos esforzamos en amar a Dios y al prójimo, podremos decir que nuestro cuerpo se habrá transformado en un relicario de Cristo: porque Él habitará en nuestra alma y podremos presentarnos ante Dios como dice san Pablo (2 Cor 5, 17):

"El que vive en Cristo es una nueva criatura: lo antiguo ha desaparecido, un ser nuevo se ha hecho presente".

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