La salud y la fuerza son dones preciosos de Dios. Cuando participamos en actividades deportivas, utilizando la salud y la fuerza de forma positiva, podemos glorificar a Dios. Sin duda, en el deporte encontramos muchas razones para fortalecer el cuerpo y el alma.
El Papa León XIV habló de los beneficios del deporte en su reciente homilía con motivo del Jubileo del Deporte. Veamos algunas de las razones que dio para afirmar que el deporte es "un medio precioso para la formación en las virtudes humanas y cristianas".
1Cooperación y trabajo en equipo

En nuestra sociedad hiperindividualista puede resultar difícil encontrar formas de unirnos y colaborar con los demás. El deporte nos acerca a Dios como una forma de cooperar y acercarnos a los demás.
Decía el Papa León:
"En primer lugar, en una sociedad marcada por la soledad, en la que el individualismo radical ha desplazado el énfasis del 'nosotros' al 'yo', con el consiguiente déficit de preocupación real por los demás, el deporte -especialmente los deportes de equipo- enseña el valor de cooperar, trabajar juntos y compartir.
Esto, como hemos dicho, está en el corazón mismo de la vida de Dios (cf. Jn 16, 14-15). El deporte puede convertirse así en un importante medio de reconciliación y encuentro: entre los pueblos y dentro de las comunidades, las escuelas, los lugares de trabajo y las familias".

2Trabajo físico en el mundo real
Las distracciones virtuales están por todas partes, pero el deporte nos aleja de las pantallas para estar físicamente presentes. Y el trabajo físico, bien ordenado, es una forma natural de crecer en la virtud.
Decía el Papa León:
"En segundo lugar, en una sociedad cada vez más digital, en la que la tecnología acerca a las personas distantes, pero a menudo crea distancias entre las que están físicamente cerca, el deporte demuestra ser un medio valioso y concreto de unir a las personas, proporcionando un sentido más sano del cuerpo, del espacio, del esfuerzo y del tiempo real.
Contrarresta la tentación de evadirse en mundos virtuales y ayuda a preservar un contacto sano con la naturaleza y con la vida real, donde se experimenta el amor auténtico (cf. 1 Jn 3,18)".
3Reconocimiento de nuestros límites
En una sociedad de gratificación instantánea, puede ser fácil pensar que podemos hacerlo todo solos, que no necesitamos a los demás, que no necesitamos a Dios.
Pero cuando nos enfrentamos a nuestra fragilidad humana y a nuestras limitaciones, nos enfrentamos a la verdad de que no podemos hacer nada sin Dios.
El deporte puede contrarrestar nuestra tendencia a considerarnos impecables y enseñarnos, en cambio, la importancia de la perseverancia.
Decía el Papa León:
"En tercer lugar, en nuestra sociedad competitiva, donde parece que solo los fuertes y los ganadores merecen vivir, el deporte también nos enseña a perder. Nos obliga, al aprender el arte de perder, a enfrentarnos a una de las verdades más profundas de nuestra condición humana: nuestra fragilidad, nuestras limitaciones y nuestras imperfecciones.
Esto es importante, porque es a través de la experiencia de estos límites como abrimos nuestros corazones a la esperanza. Los atletas que nunca cometen errores, que nunca pierden, no existen. Los campeones no son máquinas que funcionan a la perfección, sino hombres y mujeres de verdad que, cuando caen, encuentran el valor para volver a ponerse en pie".
El verdadero atleta
Terminó la reflexión comparando a Nuestro Señor con un atleta, diciendo:
"San Juan Pablo II dio en el blanco cuando dijo que Jesús es 'el verdadero atleta de Dios', porque venció al mundo no con la fuerza, sino con la fidelidad del amor.
Cada vez que nos calzamos los zapatos o entramos en una cancha, tenemos la oportunidad de imitar a este 'verdadero atleta', jugando lo mejor que sabemos con humildad y perseverancia. Este 'entrenamiento en la virtud' es un juego que vale la pena jugar, por el resto de nuestras vidas".


