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Tres maneras de redescubrir la capacidad de asombro

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Magdeleine Richard - publicado el 13/06/25
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Abrazar el asombro... puede que no exista una receta milagrosa, pero hay formas que todo el mundo puede seguir en su vida diaria para volver a ponerse en contacto con esta actitud tan esencial

"El mundo nunca morirá por falta de asombro, sino solo por falta de asombro", escribió con fuerza G. K. Chesterton. Hoy, atrapado en nuestra agitada vida cotidiana, el hombre moderno parece tener otras cosas que hacer antes que dirigir su mirada hacia el Cielo. Saber maravillarse significa estar presente a la presencia amorosa de Dios en todo lo que hacemos y aquí hay unas maneras que pueden ayudar.

Se trata de añadir algo más a nuestra vida cotidiana. Entonces, ¿cómo podemos atrevernos a volver a Dios? ¿Cómo podemos negarnos a que este aplanamiento, este desencanto del mundo tenga la última palabra? Aquí tienes tres técnicas que te ayudarán a conseguirlo.

1ESTAR ATENTO

Experimentar el asombro requiere sobre todo una postura particular, la de estar al acecho. Este arte de estar al acecho exige un mantenimiento y un ajuste frecuentes de nuestro ser. Se trata de establecer una cultura del alma, o más bien una agricultura del alma. Esto no es otra cosa que un camino hacia la retracción, hacia la introspección.

Tenemos que volver a aprender a emprender un viaje interior. Emprender este viaje interior significa simplemente cultivar el sentido de la disponibilidad, ahondar en lo más íntimo de nuestro ser y desarrollar una cierta sensibilidad a los signos.

"Dios se manifiesta a menudo con signos sutiles que solo el corazón humilde y atento puede percibir", decía santa Teresa de Ávila. Todo ser humano encuentra alegría en creer en estos signos, siempre que los decrete. Reconocer los símbolos, ver lo que el Cielo produce, es contribuir -muy modestamente- al resplandor del mundo. Es creer en la poesía, en el amor, en el color.

Estar atentos, pues, es volver la mirada hacia el Cielo, recoger lo que "cae del bolsillo de Dios", aprender a recoger el polvo de lo sagrado. Significa redescubrir la sensibilidad del ojo infantil. Para recuperar el sentido del asombro, nada más sencillo que pedir al Señor que nos devuelva el comportamiento de un niño que se maravilla de la nada porque ve en ella un todo.

2HACER UN ESFUERZO FÍSICO

Si el asombro puede recuperarse mediante un proceso interior, también puede recuperarse mediante un proceso más externo: el esfuerzo físico. De hecho, el esfuerzo físico nos permite a cada uno de nosotros ver la realidad que nos rodea con mayor claridad, maravillarnos ante ella y entrar así en una oración activa y física. En una caminata por la montaña, por ejemplo, tenemos que concentrar todas nuestras fuerzas para avanzar.

El esfuerzo físico nos permite despojarnos poco a poco de lo superfluo, de todas esas cosas que nos asfixian y nos alejan de lo esencial. Cuando nos esforzamos, nos alejamos de nosotros mismos para dejar sitio al mundo. Al aprender a guardar silencio, deja que la Creación tenga la palabra. De este modo, la actividad física nos enseña a abrazar el mundo creado, para maravillarnos mejor ante él.

3COMBATIR LA BATALLA

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Despertar, volver a centrarse y contemplar la creación son caminos suaves que no sustituyen al camino más arduo del combate. El arma en esta lucha por redescubrir el asombro es la esperanza. Porque los que han perdido el sentido de la maravilla son a menudo los que han cambiado la esperanza por la desolación.

La esperanza, lejos de ser una negación de la desolación, es una invitación a superarla. Redescubrir el camino que conduce al asombro significa limpiarlo de todo remordimiento, de agravios no reconocidos, de sufrimientos mantenidos ocultos.

Atreverse a tomar coraje con las dos manos y hablar con un consejero espiritual para confiarle sus dificultades, retomar el camino a veces doloroso del confesionario, resolver una disputa con un ser querido… Todos estos gestos son formas de aligerar la carga para poder empezar de nuevo.

Matar estos demonios interiores purifica el alma y la prepara para acoger el asombro. Como todo, el asombro sólo tiene lugar si le damos espacio. Este espacio, como todos los espacios, hay que conquistarlo.

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