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Las gracias ocultas de tener un hijo con autismo

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Josephine McCaul - publicado el 05/06/25
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En medio de las luchas de criar a un niño con autismo, los padres descubren una gracia inesperada, fuerza y alegría sagrada. Aquí te compartimos algunos puntos

Hay una belleza silenciosa en lo inesperado. Cuando nos imaginamos la paternidad, muchos soñamos con las primeras palabras, los primeros pasos y las fiestas de cumpleaños llenas de risas y mejillas cubiertas de hielo. No solemos imaginarnos cartas de diagnóstico, horarios de terapias, citas médicas o el lento desenlace de la vida que creíamos que tendríamos.

Y, sin embargo, para los padres de niños con autismo, la vida que se desarrolla -aunque diferente- no es menos hermosa. De hecho, a menudo es más santa.

Tener un hijo autista conlleva retos que pueden resultar abrumadores. Hay sensibilidades sensoriales, dificultades de comunicación e incomprensiones sociales. Está la soledad que aparece cuando los amigos no acaban de entenderlo y el cansancio que supone abogar constantemente por tu hijo. Pero estas luchas esconden bendiciones, gracias que nos cambian, nos suavizan y, poco a poco, nos hacen mejores.

El regalo de ir más despacio

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En un mundo que valora la velocidad y la productividad, nuestros hijos nos piden que hagamos una pausa. Nos invitan a entrar en su ritmo, un ritmo que a menudo va en contra del ruido de la sociedad. Y en esa pausa, empezamos a darnos cuenta de las pequeñas maravillas de la vida: la alegría de una rutina seguida fielmente, el tranquilo triunfo de una nueva tarea completada con éxito de forma independiente, el brillo en los ojos de nuestro hijo cuando se le entiende de verdad.

El autismo nos enseña a dejar de correr y a estar plenamente presentes. Nuestros calendarios pueden estar llenos de citas, pero nuestros corazones se llenan de presencia.

Una nueva forma de amar

El autismo no cambia el amor de los padres, sino que lo profundiza. Elimina lo superficial y nos asienta en algo más sagrado. Aprendemos a amar no por los logros o los hitos, sino por ser. Por el alma pura y única que Dios nos ha confiado.

Muchos padres describen la profunda sensación de conexión que sienten con sus hijos, una conexión que no se forja con palabras, sino con gestos, contacto visual y confianza compartida. Es un amor paciente, duradero e incondicional, un amor que refleja el corazón mismo de Cristo.

Fuerza en la lucha

La crianza de un niño autista encierra una fuerza oculta, forjada en el crisol de las dificultades. Descubrimos pozos de paciencia que no sabíamos que teníamos. Nos convertimos en investigadores, defensores, terapeutas y animadores. Nos enfrentamos a crisis en el supermercado y a juicios de extraños, pero seguimos adelante.

¿Por qué? Porque nuestros hijos lo valen.

Y de algún modo, en medio de los días difíciles, encontramos la alegría. Encontramos un propósito. Encontramos la tranquila certeza de que nos estamos convirtiendo en el tipo de personas capaces de amar profunda y sacrificadamente.

Una mirada a lo divino

Una de las revelaciones más profundas que comparten muchos padres es que su hijo, lejos de estar roto, refleja algo de lo divino. Su honestidad, su sensibilidad, su singularidad… todo apunta a un Creador que se deleita en la diversidad y que ve más allá de lo que el mundo llama «normal».

Nuestros hijos nos recuerdan que la visión de Dios para la humanidad es más amplia e inclusiva que la nuestra. Nos enseñan el carácter sagrado de cada vida y el misterio de cada alma.

Encontrar nuestra tribu

El camino del autismo puede parecer solitario, pero también está lleno de una comunidad inesperada. Encontramos a otros padres que recorren caminos similares. Descubrimos a profesores, terapeutas y amigos que nos apoyan. Y, a menudo, volvemos a conectar con nuestra fe, no porque todo sea fácil, sino porque necesitamos la fuerza y la esperanza que sólo Dios puede darnos.

La misa puede ser más difícil. La oración puede parecer diferente. Pero Dios sale a nuestro encuentro en el caos y en la tranquilidad. Se sienta con nosotros en la sala de terapia y está a nuestro lado durante las reuniones del IEP (Programa Educativo Individualizado). Él está ahí cuando nuestros corazones se rompen y cuando estallan de orgullo.

Una vocación sagrada

Tener un hijo con autismo no es un desvío, es una vocación. Una llamada sagrada a amar de una manera radical, sin medida. Puede que no sea la vida que imaginábamos, pero está llena de sentido, llena de gracia y llena de Dios.

Y quizá, cuando miremos atrás dentro de unos años, veamos cómo nuestro hijo nos condujo no sólo a un amor más profundo, sino a la santidad.

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