Santa Hildegarda de Bingen es reconocida por su misticismo y sus grandes conocimientos medicinales y musicales. Actualmente, se le considera una figura esencial en la música medieval.
Escribió un libro llamado Ordo Virtutum (El drama de las virtudes), que es una pieza dramático-musical, en donde explica cómo todas las virtudes pueden llegar a salvar al pecador arrepentido. También llegó a escribir alrededor de 80 canciones monofónicas.
Es por eso que, al leer sobre su vida, causa impresión saber que, a pesar de que era una mujer con amplios conocimientos musicales, tuvo prohibidos los cantos en su propio monasterio.
La investigadora Stefania Terzi en su libro Hildegarda de Bingen: Mística, Doctora y Santa, nos ayuda a entender qué fue lo que ocurrió.

Una interdicción
Meses antes del fallecimiento de Hildegarda, presenció un momento de conflicto en su comunidad. El conflicto se originó porque, dentro del monasterio, enterraron a un hombre que había sido excomulgado. Sin embargo, antes de que falleciera, se reconcilió con la Iglesia, por lo cual ya no tenía aquella sentencia.
El problema fue que, según los cánones del capítulo de Mainz de 1178, aquel hombre aún era considerado como excomulgado. Y como se vivía una ausencia del arzobispo de la sede para aclarar la situación, los prelados demandaron que el cuerpo se moviera fuera del monasterio.
No obstante, santa Hildegarda no estaba de acuerdo con la orden, por lo que ella no permitió que lo desenterraran. Esto causó un interdicto de silencio en el monasterio: se suspendieron los cantos. Ella sabía que esto era una injusticia. Por lo que decidió escribir una preciosa carta al capítulo en la que destacaba cómo el canto honra a Dios.
Aquí un fragmento de la carta:
“En la visión también vi algo sobre el hecho de que al obedecerte, dejamos de cantar los oficios divinos y los celebramos solo en voz baja, y escuché una voz proveniente de la luz viva acerca de los diferentes tipos de alabanza (...) en la misma visión escuché que era culpable de no haberme presentado con toda humildad y devoción ante mis maestros, para pedirles permiso para acercarse a la Eucaristía, especialmente porque no nos habíamos culpado por haber aceptado al difunto (...) Para esto, tú y todos los prelados, siempre deben tener cuidado antes de cerrar con un decreto las bocas de los coros cantando alabanzas a Dios, o prohibiendo entrar en contacto con los sacramentos o recibirlos: deben discutirlo, analizando primero con mucho cuidado las causas por las cuales esto debe hacerse”.

Santa Hildegarda terminó su carta con esta oración que hace referencia a Romanos 12, 8; que habla sobre el correcto uso de los dones que cada persona tiene:
“Por lo tanto, los que tienen las llaves del cielo tienen mucho cuidado de no abrir lo que debe cerrarse y de cerrar lo que debe abrirse, porque un juicio muy duro caerá sobre aquellos que tienen gobierno si, como dice el apóstol, no presidirán con diligencia”.
Aunque la carta funcionó para que suspendiera el interdicto, al poco tiempo lo renovaron. Hildegarda decidió visitar directamente al arzobispo de Maguncia, Cristiano de Buch, para hablar sobre esta situación.
Él ordenó una investigación ante el hombre que estaba enterrado y al comprobar la versión de la santa, retiraron definitivamente el interdicto. Lo que permitió que en el monasterio volvieran a alabar a Dios a través de sus cantos.


