Cuando era niño, sus allegados le apodaban Pippo buono, "el pequeño Felipe bueno", y era raro que nada perturbara esta bondad en Felipe Neri. Frente a las penurias y la villanía, seguiría mirando al mundo con la misma mirada inocente; pero con él, esta inocencia no era ni una candidez tonta ni una incapacidad para medir los estragos del mal.
El destino eterno de los pecadores, el riesgo de perderse, las tentaciones y los escollos de la vida que pueden conducir al infierno, serían para él fuente de angustia y de sufrimiento: la angustia de la irremisible pérdida eterna de los culpables, el sufrimiento de ver el sacrificio del Calvario, que experimentaba íntimamente en cada Misa, despreciado e inutilizado para quienes no querían aplicar sus méritos y corregirse.
Permanecer vigilante para no pecar
Felipe Neri, que no tenía ni idea de su santidad y se consideraba el último de los culpables, temía cada día este riesgo. Todos conocemos su célebre oración: "Dios mío, vela hoy por Felipe, pues si no tienes cuidado, antes de esta noche, bien podría convertirse en mahometano", y tendemos a ver en ella nada más que una broma para justificar su fama de bromista. Sin embargo, bajo el humor subyace el miedo a su propia debilidad, que le llevó a creerse indigno del sacerdocio -recibido, por obediencia a su confesor, a la edad de 36 años- y el temor a la vuelta a las fuerzas del anciano, que a pesar de las gracias, los carismas y los fenómenos místicos, se dejaría llevar por el mal camino.
Permanecer vigilante para no pecar, confiar en la ayuda del amor divino: ésta fue su línea de conducta, enseñada en el confesionario, donde, como sacerdote, pasó tanto tiempo. Si es un notable director de conciencia, es porque sabe de lo que habla, por haber sido tentado y por haber sufrido. Dos anécdotas nos ayudan a comprender mejor la solidez de sus consejos.

El taburete de la prostituta
Uno de ellos fue un milagro, ya que este sabio consejo dado a una de sus antiguas alumnas iba a ser dispensado tras su muerte en Roma, el 26 de mayo de 1595. La castidad de Felipe era proverbial, e irritaba incluso a sus compañeros de estudios, por muy teólogos que fueran, que se sentían a gusto con los mandamientos de la Iglesia.
Una y otra vez, encuentran divertido pagar a prostitutas para que se burlen de este estudiante, que parece tan ajeno a las tentaciones carnales. La broma terminó cuando una de las señoras, furiosa al ver a este "cliente" indiferente a sus ofertas, le golpeó con un taburete, hiriéndole en la cara, sin suscitar ni una queja ni un reproche, lo que le valió a Neri la gracia de no volver a tener el menor pensamiento libidinoso.
Poco antes de su muerte, regaló a uno de sus penitentes un pañuelo que le pertenecía, que el muchacho conservó consigo como una reliquia. Una noche, mucho después de la muerte de Neri, el joven se encontró cara a cara con una mujer tentadora, cuyos encantos le atraían irresistiblemente. Justo cuando está a punto de sucumbir, oye claramente la voz de Felipe que le dice: "¡Pero huye, desgraciado!", cosa que hace, escapando por poco de la culpa.
Baja calumnia
La otra historia recuerda un período doloroso de la vida de Pippo. Había sido sacerdote durante varios años y su fama de santidad estaba bien asentada; pero, como en su juventud, era inquietante.
Lo inquietante de los santos es que su virtud, sin que ellos se den cuenta, parece a los menos puros que ellos una condena y un juicio sobre su propia moral… El clero romano, mientras se ponían en marcha las medidas tomadas por el Concilio de Trento para reformar la Iglesia, seguía siendo poco edificante. Cuando pensó en unirse a las misiones jesuitas en Extremo Oriente, Neri oyó que Cristo le decía en la oración: "¡Quédate aquí! Pero estos infieles no tenían ningún deseo de convertirse, y arremetieron contra Felipe, sin escatimar calumnias y las peores acusaciones para desacreditarlo, lo que condujo a una investigación canónica, a un examen de sus acciones, e incluso a la prohibición de confesarse.
Neri soportó todo esto sin quejarse ni justificarse, considerándolo como una prueba por la que debía dar gracias al Cielo. Un comportamiento admirable; pero si queremos pruebas de que fue difamado, tenemos que recordar otra famosa anécdota...
La gallina chismosa
Un día, una chismosa impenitente, pronta a hablar mal de su vecina por el placer de chismorrear, se acusó de esta vil falta en confesión y suspiró aliviada cuando Felipe, en lugar de reprocharle, le dijo: "Hija mía, como penitencia, irás a comprar una gallina para el domingo, luego subirás a desplumarla al Pincio y dejarás volar las plumas". La chismosa, contenta de salir tan bien librada, obedeció, solo para quedar consternada cuando, en la siguiente confesión, Felipe, habiéndose cerciorado de que ella había cumplido su penitencia, le dijo: "Ahora, hija mía, recupera esas plumas, hasta el último plumón, para mí si quieres la absolución".
Cuando ella objeta la imposibilidad de tal cosa, él responde: "Así como es imposible para ti borrar el daño hecho a la reputación de tu prójimo con tus calumnias que, como estas plumas, se han extendido a los cuatro vientos sin que tú hayas podido atraparlas".
Solo alguien que ha sufrido la calumnia puede encontrar una comparación tan justa y subrayar tan claramente su extrema gravedad. Así que, la próxima vez que en una conversación te entren ganas de decir algo malo de otra persona… piensa en san Felipe


